Hablar y callar a tiempo
En general, se educa a la gente a
que es mejor callar que hablar, que “en boca cerrada no entran moscas”, o en
lenguaje folclórico: “calladito te ves más bonito”. No tiene que ser así.
Dicen también que uno se arrepiente
más de lo que dice que de lo que calla, y en general es cierto, cuando lo dicho
se hace bajo presión del enojo, la ira o la desesperación, por ejemplo. En esas
ocasiones, las personas tienden a decir cosas de las que después se
arrepienten, sobre todo cuando ofenden a otros o les faltan al respeto. También
en esos casos altamente emocionales, las personas tienden a revelar cosas que
no debieron decir, como revelar confidencias.
Pero la petición de callarse y no
decir cosas que pueden ser incómodas, comprometedoras o indebidas tiene y debe
tener límites. Una mala interpretación de la diplomacia en las relaciones
políticas es que se debe ser “políticamente correcto”, esto es no incomodar al
adversario o a otros personajes del medio político. Pero no tiene tampoco que
ser así.
Por ejemplo, cuando los partidarios
de la muerte, esos que defienden el aborto provocado defienden sus posiciones,
se supone que los defensores de la vida deben ser… prudentes, y no decir nada
que los moleste o lo ponga en entredicho. Esto no es aceptable, aunque las
mentes torcidas digan que es políticamente incorrecto replicar a esas personas.
Lo mismo pasa cuando los partidarios
del libertinaje sexual expresan sus dislates, no quieren que los defensores del
orden en el manejo de la sexualidad hablen. De igual modo, esto no es
aceptable, aunque las mentes torcidas digan que es políticamente incorrecto
replicar a esas personas.
Jesús fue políticamente incorrecto,
en ese sentido. En lugar de evitar la confrontación con aquellos que lo
atacaban y murmuraban a sus espaldas, les dijo cosas como ¡sepulcros
blanqueados!
Pero dejando los temas políticos y
de liderazgo aparte, en la vida diaria se presentan muchas ocasiones en que una
persona se pregunta si debe decir algo o callar. Sin duda que, con las
emociones bajo control, hay muchas cosas que en su momento deben decirse y no
se dicen. En este sentido hay también un dicho popular: más vale una vez
colorado que cien (o mil) descolorido.
Una queja, un reclamo a tiempo, por
ejemplo, evitan problemas posteriores. Igual una llamada de atención a quien
mal se porta, en el sentido que sea; no debe callarse. A veces pensamos que,
para no molestar –o hasta enfurecer– a alguien, es mejor dejar las cosas para
una mejor ocasión, la cual normalmente no vuelve a presentarse.
Una opinión diferente de la que se
expresa en una conversación, en una reunión de trabajo o de familia, puede
parecer incómoda para otros, y la gente se la guarda, a sabiendas de que tiene
razón y que su parecer es mejor o evita problemas posteriores, sobre todo al
discutir acciones a tomar.
Lo mismo pasa cuando se desea hacer
una pregunta difícil, incómoda, pero cuya respuesta nos es importante. La
persona calla, por temor, debilidad o errónea prudencia, y puede sufrir luego
las consecuencias de no haber conocido la respuesta. Se pierde también la
oportunidad quizá de tener ya no una respuesta mala, penosa, sino al contrario,
reconfortante, tranquilizadora.
Cuando hacemos esto no hay duda que
en muchas ocasiones, ya a destiempo, pensamos que debimos haber dicho lo que
callamos. Demasiado tarde. Podemos llegar al extremo de dolernos de no haber
dicho algo importante a quien ya está muerto o alejado por siempre.
Debemos reflexionar sobre la
conveniencia de que, en muchas ocasiones, hay que olvidarnos del principio de
lo políticamente correcto, y ser política, o familiar o amistosamente
incorrectos. A veces se debe confrontar a otros en temas o decisiones
importantes o hasta trascendentales, pero resulta que “no me gustan las discusiones”.
Callar entonces es un error, tanto si resulta luego que teníamos la razón o no.
Cuántas veces, por no haber dicho
perdón, lo siento, en el momento adecuado, las personas se arrepienten de
haberlo dejado pasar. En estos casos, la soberbia (ese amor propio mal
entendido y exagerado) nos impide decir a quien hemos dañado, material o
afectivamente, que reconocemos el error y estamos arrepentidos.
Así, cuando pensemos que es el
momento de decir o preguntar algo importante, que pueda afectar desde asuntos
nimios pero útiles hasta vitales, debemos hablar. Claro que no debe alguien
dejarse llevar por un arrebato temperamental, sobre todo cuando bajo sus
efectos se lastima a otros, pero sí se debe hablar cuando es el momento, y la
posibilidad de arrepentirse de haberlo dicho será muy relativa.
“Sabia virtud de conocer el tiempo,
a tiempo amar y retirarse a tiempo” escribió Renato Leduc. Pues bien,
igualmente es válido “a tiempo hablar y callarse a tiempo”. Y esos tiempos, hay
que aprender a reconocerlos