Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
LECTURA
ESPIRITUAL.
De
la lectura espiritual
¡Cuántos
santos han abandonado el mundo
y se han dado a Dios por la lectura de un libro
espiritual!
Autor:
San Alfonso María de Ligorio | Fuente: Catholic.net
Tan
necesaria, quizás, como la oración es la lectura de los libros santos para la
vida espiritual. Escribe San Bernardo: «La lectura espiritual nos prepara para
la oración y para la práctica de las virtudes» y luego añade, a modo de
conclusión «la lectura y la oración son las armas con que se vence al demonio y
se conquista el cielo».
No
siempre se puede tener a mano al padre espiritual que nos aconseje en nuestras
obras, y sobre todo en nuestras dudas; pues la lectura puede suplirlos,
suministrándonos luces, enseñándonos el camino para huir de los engaños del
demonio y de nuestro amor propio, y para aceptar conocer la voluntad de Dios.
Por eso asegura San Atanasio que «no es posible encontrar quien, dedicándose al
servicio del Señor, no sea gran amante de la lectura espiritual».
Se
comprende, pues, que todos los santos fundadores hayan recomendados tanto este
piadoso ejercicio a sus religiosos. San Benito prescribió que todos hicieran
lectura cada día, y que dos monjes se encargara de recorrer ese tiempo las
celdas, para ver si era observado este punto; caso de encontrar algún
negligente en su cumplimiento, quería que se le impusiera una penitencia. Y
antes que todos los fundadores, lo había prescrito San Pablo a Timoteo:
«Aplícate a la lectura»: Nótese la palabra que emplea: attende; es decir, que
por muchos que fueran los cuidados que le exigieran sus ovejas -Timoteo era
obispo-, quería San Pablo que se dedicara a la lectura de libros santos, no
como de pasada y por breve tiempo, sino aplicándose expresamente a ella con
detención.
¿¿¿¿¿¿¿! ! ! ! ! ! ¡ ¡ ¡ ¡ ¡ ¡ ???????
El
daño que causan los libros malos
Tan
grande es el provecho que causan los libros buenos, cuanto es grande el daño
que causan los libros malos; así como aquellos han sido con frecuencia causa de
conversión de muchos pecadores, así estos (los libros malos, revistas de
cotilleos, y cualquier otros que no inviten al camino de la virtud) causan la
ruina de muchos jóvenes. El autor de los libros buenos es el Espíritu de Dios,
así como de los libros malos son del espíritu del demonio, que a muchos logra
engañar frecuentemente, disimulando el veneno que tales libros encierran.
«Los
malos libros, junto con los malos programas de televisión, son el peor veneno
que el demonio se vale en nuestros tiempos para arrastrar las almas al
infierno. Si San Ligorio hubiera vivido en nuestros días, no sé lo que hubiera
dicho contra las revistas pornográficas y las inmoralidades de televisión.
Claro está que es un pecado gravísimo recrearse en estas cosas; pero el
cristiano que ama a Dios y al prójimo por Dios, no le basta salvar su alma
huyendo de contemplar esas inmoralidades, sino que ha de hacer cuánto este de
su parte para conseguir que esas cosas desaparezcan del país. ¡Que Dios nos ayude
a conseguirlo!» (El editor).
Pero
sigamos oyendo al santo sobre la eficacia de los buenos libros que edifica
nuestro espíritu y nos anima por tener una conciencia sin mancha de pecado por
la gracia y el amor que solo Dios nos puede dar. ¡Qué grande son los bienes que
produce la lectura de los libros santos!
Por
qué leer libros santos?
En
primer lugar, así como la lectura de los malos libros, según queda escrito,
llena el alma de sentimientos mundanos y perniciosos, la lectura de los buenos
libros llena el espíritu de pensamientos y deseos santos. ¿Qué pensamientos
santos puede cultivar un alma ocupada, en lecturas de libros curiosos y
profanos, que hace germinar en su cabeza ideas mundanas y en el corazón una
legión de afectos terrenos? ¿Cómo se va a mantener en la presencia de Dios y
como va a hacer actos y afectos piadosos? El molino muele el grano que se le hecha;
si se le hecha mal grano, ¿cómo queremos que de harina buena? Irá a la oración
y a la comunión, y en vez de estar pensando en Dios y haciendo actos de amor y
de confianza, estará profundamente distraída, porque le vendrá en tropel a la
memoria todas las vanas ideas de sus lecturas. En cambio, quien tiene la mente
bien nutrida de especies devotas, como máximas espirituales, ejemplos de virtud
de los santos, se verá acompañada de tales pensamientos, no solo durante la
oración, sino también fuera de ella; por lo cual podrá ser casi continuo su
recogimiento en Dios.
libros interesantes ya experimentados por centenares
San Bernardo lo explica todo esto con una bella comparación sobre aquel pasaje de San Mateo: Buscad y hallareis. "Buscad leyendo -explica el santo- y encontrareis meditando; la lectura pone el alimento en la boca para masticarlo por la meditación".
En
segundo lugar, el alma embebecida en santos pensamientos por medio de la
lectura, estará mejor dispuesta para rechazar las tentaciones interna.
Con
este fin, San Jerónimo se la aconsejaba a su discípula Salvina: «No dejes de
las manos los libros divinos, que serán un escudo donde reboten las flechas de
los malos pensamientos.
En
tercer lugar, la lectura nos sirve para ver las manchas del alma, y viéndolas,
más fácilmente las podremos quitar. El mismo San Jerónimo escribió a
Demetriades «que se sirviera de la lectura como de un espejo»; con lo cual
quería significar que, así como el espejo nos descubre las manchas del rostro,
la lectura de los libros santos descubre las manchas de la conciencia. «En ella
-nota San Gregorio hablando de la lectura- vemos que tenemos de hermoso y lo
que tenemos de deforme, por ella apreciamos nuestros progresos»; vemos si hemos
adelantado o hemos retrocedidos en las vías de Dios.
En
cuarto lugar, por la lectura de los libros santos recibimos muchas luces, y
sentimos las llamadas divinas. Advierte San Jerónimo que «Cuando oramos, le
hablamos (a Dios) cuando leemos, le oímos».
No
siempre, como decía antes, podremos tener junto a vosotras (almas que buscan la
santidad) al padre espiritual, ni siempre podremos oír la palabra de santos
predicadores, que nos den luces y nos dirijan acertadamente por los caminos de
Dios, pero tenemos quien lo sustituye en los buenos libros.
¡Cuántos
santos han abandonado el mundo y se han dado a Dios por la lectura de un libro
espiritual!
Bien
es conocido el ejemplo de San Agustín, que, estando miserablemente aherrojado
por sus pasiones y sus vicios, fue iluminado por luz celestial que le vino por
la lectura de una Epístola de San Pablo, salió de las tinieblas y comenzó a
caminar hacia la santidad. Lo mismo le aconteció a San Ignacio de Loyola;
siendo todavía soldado, para vencer el aburrimiento de las horas que tenía que
estar en el lecho, a causa de las heridas comenzó a leer un libro de Vida de santo,
que por la providencia divina le vino a las manos; eso le bastó para comenzar a
ser santo, convertido en padre (en la vida espiritual) y fundador de esa
religión de la Compañía de Jesús, que tantos días de gloria ha dado a la
Iglesia.
San
Juan Colombini leyó también por casualidad, y casi contra su voluntad, un libro
devoto, y eso bastó para hacerle dejar el mundo y hacerle fundador de una orden
religiosa. De dos cortesanos del emperador Teodosio. Cuenta San Agustín que
entraron un día en un monasterio: dos de ellos se puso a curiosear una Vida de
San Antonio que encontró en una celda; pero de tal modo le fueron dominando los
santos pensamientos que leía, que allí mismo tomó la resolución de dejar el
mundo, y luego habló a su compañero con tal fervor, que los dos decidieron
dedicarse en aquel monasterio, al servicio de Dios.
Edith Stein, la gran profesora filósofa se
convirtió leyendo una noche a Santa Teresa.
Ahora es la mártir
carmelita, Santa Teresa Benedicta de la Cruz
En
las crónicas de los carmelitas descalzos se lee que una señora de Viena se
había arreglado una tarde para asistir a un sarao; pero cuando hubo llegado al
salón y viendo que la fiesta se había suspendido, se llenó de rabia y para
distraer el mal humor tomó un libro espiritual que por la providencia de Dios
le vino a sus mano; el libro trataba del desprecio del mundo, y tanto la
convenció, que dio un adiós al mundo y se hizo carmelita.
Pero
no se crea que los libros devotos ayudaron a los santos al principio de sus
conversiones, fueron su ayuda toda su vida, para conservar y aumentar cada día más
su perfección.
El
glorioso Santo Domingo cogía sus libros de devoción, los estrechabas efusivamente
y exclamaba «Estos son los pechos que me dan leche».
¿Cómo
podían los santos anacoretas pasarse tan largos años en el desierto, lejos de
todo comercio humano, sino con la ayuda de la oración y la compañía de los
libros espirituales? Para el gran siervo de Dios, Tomás de Kempis, no había
mayor recreación que estar en un rincón de su celda con un libro que le hablara
de Dios. Ya recordé en otro lugar las palabras del Venerable Vicente Caraffa
"Que para él no había en el mundo vida más envidiable que esconderse en
una gruta solitaria, con un pedazo de pan y un libro de devoción". San
Felipe Neri dedicándose todos los ratos libres que tenía para leer libros
espirituales, y sobre todo, vidas de santos.
Santa Teresa de Jesús, maestra, doctora de la Iglesia
¿Y
cuales son los mejores libros para mí?
Pues
os respondo, ante todo aquellos libros en que vuestra alma encuentra más pasto
de devoción y que más fuerza tienen para unirse con Dios. Son preciosas para
este fin, las obras de San Francisco de Sales, de Santa Teresa de Jesús, del P.
Granada, del P. Rodríguez y del P. Nieremberg.
Escoged
aquellas materias que conozcáis ser más provechosa para vuestra perfección.
LEED CON PREFERENCIA VIDA DE SANTOS.
Santa Teresa y S. Juan de la Cruz, maestros de vida interior
¡Qué
hermosa ayuda tenemos en las Vidas de los santos! Los libros ascéticos nos dan
instrucciones sobre el modo de practicar las virtudes; pero en las vidas de los
santos vemos como las han practicado muchos hombres de carne y hueso como
nosotros. Aunque otra cosa hiciera su ejemplo, por lo menos nos hace
humillarnos y confundir la frente con el polvo; viendo lo mucho que han hecho
los santos, no tendremos más remedio que avergonzarnos de lo poco que hemos
hecho y que hacemos nosotros por Dios.
*
De San Francisco de Asís escribía San Buenaventura que «el recuerdo de los
santos como un montón de carbones encendidos, le levantaban un incendio divino
en el alma». Con el fin de sacar mayor provecho o fruto posible de la lectura,
conviene, en primer lugar, encomendarse a Dios antes de empezar, pidiéndole que
ilumine nuestra mente sobre aquello que vamos a leer. Ya dije antes que el
Señor mismo se digna hablarnos por medio de los libros espirituales; de ahí la
conveniencia de invocarle al comenzar: Hablar, Señor, que vuestro escucha,
porque quiere obedeceros en todo lo que le indiquéis ser Voluntad Vuestra.
(*Esto es en primer lugar).
En
segundo lugar, hay que leer, no para adquirir ciencia o por curiosidad, sino
con intención de progresar en el amor de Dios. Leer para adquirir ciencia no es
lectura espiritual; es un estudio que nada dice al alma. Pero todavía es más
grave leer por mera afición, como hacen algunos que se dan a devorar libros,
sin otro fin de terminarlos pronto y dar pasto a su curiosidad. ¿Qué provecho
pueden esperar de tales lecturas? Todo el tiempo cumpliendo en ellas es tiempo
perdido. Bien advertía San Gregorio «Hay muchos que leen y se quedan en ayuna»,
como si nada hubieran leído, porque han leído por pura curiosidad, y de eso
reprendió el santo al médico Teodoro, porque al leer las Sagradas Escrituras lo
hacia tan atropelladamente, que no podía sacar ninguna utilidad.
Para
sacar provecho de los libros espirituales hay que leerlos pausadamente y con
reflexión: «Alimenta tu alma, -aconseja Cesáreo- con los libros divinos». Pues
si el alimento ha de aprovechar no basta tragarlo, hay que someterlo a la
masticación; he ahí la tercera condición para sacar abundantes frutos de la
lectura espiritual: hay que masticar o considerar despacio lo que se lee,
haciendo las oportunas aplicaciones del santo a sí mismo. Y cuando se llega a
un pasaje que impresiona más, -indica San Efrén- que se vuelva a leer.
Además,
cuando en la lectura se recibe alguna luz especial, por alguna máxima o algún
acto de virtud allí referido y se siente que aquello asimila el corazón
conviene cerrar el libro, levantar el espíritu a Dios y tomar alguna
resolución, o hacer algún acto fervoroso o una suplica ardiente a Dios; «Que la
lectura deje paso al oración», -apunta San Bernardo-. Será muy buena cosa
retirarse entonces a orar, mientras se sienta la influencia de aquel vivo
sentimiento que nos conmovió imitemos a la abeja, que no se posa en la segunda
flor mientras no ha libado toda la sustancia de la primera: no importa que se
pase así todo el tiempo destinado a la lectura, porque de ordinario, suele ser
para mayor provecho del espíritu; bien puede suceder que la lectura de un
versículo deje más fruto que si se hubiese leído una pagina entera.
Un libro que enderezó la vida de muchos despistados
y que a nadie dejó indiferente.
Te lo recomiendo, porque no te fallará si lo lees sin prejuicios.
Franja
Conviene,
antes de acabar la lectura, escoger de entre lo leído algún piadoso pensamiento
para llevarlo consigo, como llevamos una flor al salir de un jardín donde nos
hemos recreado unas horas con sus delicias.
Confeccionado por Franja
De Camino:
ResponderEliminar"¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? —Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda, "ut fructum plus afferas" —para que des más fruto.
¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!"
Enhorabuena por esta maravilla de blog.