Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
El fariseo y el publicano en oración
Una sencilla homilía
-comentario del evangelio de este día-
XXX domingo del tiempo ordinario
¿De qué
podemos presumir a Dios?
Si Dios es
la suma perfección y por tanto Él es el único verdaderamente santo ¿nosotros de
qué podemos presumirle a Él? Además, Él “no se deja impresionar por las
apariencias” (Sir. 35, 15). De ahí lo importante de que cada vez que nos
acerquemos a Él lo hagamos con profunda humildad, como lo sugiere el Señor Jesús
en el Evangelio, cuando presenta una parábola a propósito de los que se tenían
por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para
orar: uno era fariseo y el otro publicano”. La oración del fariseo era: “Dios
mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y
adúlteros, tampoco soy como ese publicano” (Lc. 18, 9-12).
En verdad,
¡cuánto nos enferma la soberbia! Llena el corazón de sí mismo, por eso solo
permite pensar y hablar en referencia del propio ser. Los soberbios “al no
conocerse rectamente no se aman en verdad a sí mismos, sino que aman lo que
creen que son” (S. Tomás de Aquino, S. T.). Cuando el corazón está saturado del
propio yo, ahí no puede entrar Dios; por eso el fariseo que presenta el Evangelio,
que fue solo a presumir de lo que hacía, no encontró la gracia de Dios.
Pero a la
soberbia del fariseo, Jesús contrapone la humildad del publicano, que “se quedó
lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era
golpearse el pecho, diciendo: Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”
(Lc. 18, 13-14). Más, al proceder con humildad, pudo encontrar la misericordia
divina; pues como dice el libro del Eclesiástico: “La oración del humilde
atraviesa la nubes” (35, 21).
¿Por qué
negarle a Dios nuestra condición pecadora, si Él ve lo más profundo de nuestro
corazón? Al contrario, como dice el Papa Francisco: "Pidamos hoy al Señor
la gracia de sentirnos pecadores, pero verdaderamente pecadores, no pecadores
difusos, sino pecadores por esto, esto y esto, concretos, con la concreción del
pecado. Al confesar que somos pecadores no lo hacemos para recriminarnos o
reprobarnos, sino para acercarnos con plena confianza a quien es toda
misericordia y puede dar alivio a nuestro corazón. “No escapa a la mirada
misericordiosa de Dios que los hombres somos criaturas con limitaciones, con
flaquezas, con imperfecciones, inclinadas al pecado. Pero nos manda que
luchemos, que reconozcamos nuestros defectos; no para acobardarnos, sino para arrepentirnos
y fomentar el deseo de ser mejores” (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que
pasa, 159).
El fariseo salió reprobado. El publicano justificado
En agosto
pasado, el director de la revista “La Civiltà Cattolica ”
entrevistó al Papa Francisco y entre los datos relevantes en dicha entrevista,
sobresale la definición que el Papa da de sí mismo; le preguntan: “¿Quién es
Jorge Mario Bergoglio?”, a lo que él contestó: “Yo soy un pecador. Esa es la
definición más exacta”. En realidad, el Papa ha repetido en diversas ocasiones:
“La Iglesia
está formada por pecadores”.
Sin el
reconocimiento de nuestra condición necesitada, ¿cómo podríamos hacer nuestra
la grandeza del amor de Dios? Dios vino a nuestro encuentro, en la persona de
su Hijo Jesús, consciente de que somos una raza pecadora y en esa condición nos
eligió para hacernos sus hijos amados.
Hay miles de imágenes del fariseo y del publicano
No olvidemos
que el ejemplo más contundente de humildad es el mismo Cristo, quien tomó la
condición de los pecadores, murió y resucitó por nosotros. Pero, una vez
vencido el pecado, lo seguimos contemplando en lo alto de lo Cruz, donde ha
puesto la sede del amor divino, a donde acudimos todos los pecadores a implorar
misericordia. Una vez vencida la muerte, subió a lo más alto, a la derecha del
Padre para aguardar un lugar a sus elegidos, quienes seguimos tejiendo una historia
marcada por la compasión de Dios, pero también por las constantes caídas.
Pbro. Carlos
Sandoval Rangel
Supongo que habrás entendido perfectamente esta sencilla homilía y que la vas a compartir. Franja.
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