Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Estamos
terminando el AÑO DE LA FE, que inauguró el Papa emérito, Benedicto XVI y que el
Papa Francisco va a clausurar el próximo domingo, día 24 de noviembre, SOLEMNIDAD de CRISTO REY. Con ese motivo me ha parecido bien poner estos tres
testimonios bastante conocidos de tres conversos con un gran nombre influyente, que
nos hacen ver, que la fe la da Dios a quien la pide con humildad, o a aquel, que ante
la fe, tiene una actitud humilde como la de los personajes aquí aludidos.
Franja.
Autor: P. Eusebio Gómez Navarro |
Fuente: Catholic.net
Fuente: Catholic.net
Testimonios de un encuentro personal con Dios.
Dios existe yo me encontré con Él
Primer testimonio
Primer testimonio
André
Frossard, pensador francés del siglo XX, fue educado sin fe, en un ambiente
familiar en que se pensaba que era anticuado oponerse a los creyentes, luchar
contra la religión. La religión no tenía ningún valor. Él mismo declaraba:
Éramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo… El ateísmo
perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni
siquiera se planteaba el problema.
Una
tarde, Willemin lo invita a cenar con él. Antes quiere rezar en una iglesia.
Cogen el coche y vagan por las calles de París. En ese momento de su vida, todo
le va bien, goza de buena salud y es feliz. Al entrar en la iglesia, observa a
un grupo de religiosas que están rezando ante Jesús sacramentado, y a varios
fieles. De repente le ocurre algo extraño.
Ve
unos cirios, su mirada pasa de la sombra a la luz y ve una serie de prodigios
que en un momento le cambian la vida. Comienza una vida espiritual, el cielo se
abre y encuentra la verdad acompañada de una gran alegría. Y encuentra una
nueva familia: la Iglesia, que lo acompañará en su nuevo caminar. Siente una
gran presencia de Dios. Dice: Todo está dominado por la presencia, más allá y a
través de una inmensa asamblea, de Aquel cuyo nombre jamás podría escribir sin
que me viniese el temor de herir su ternura, ante Quien tengo la dicha de ser
un niño perdonado, que se despierta para saber que todo es un regalo.
Ha
sido un momento breve. André sale a la calle con su amigo, que lo observa con
preocupación.
Pero
¿qué te pasa?
Soy
católico… responde. Willemin está atónito, apostólico y romano. Willemin no
comprende qué ha ocurrido, ve los ojos de André desorbitados, misteriosos. Dios
existe, y todo es verdad.
El
milagro se prolonga durante un mes. Cada mañana volvía a encontrar, con
éxtasis, esa luz que hacía palidecer el día, esa dulzura que nunca habría de
olvidar y que es toda mi ciencia teológica.
Cuando
deja de repetirse el prodigio, André Frossard, acude a un sacerdote y se
instruye sobre las verdades fundamentales de la fe cristiana. Quiere ser
bautizado, quiere ser miembro de la Iglesia. Y André repetirá a lo largo de su
vida: Dios existe. Yo me encontré con Él
Manuel García Morente, Paul Claudel y Rut Kat, ateos también, se encontraron con Dios a través del arte.
Segundo testimonio
Manuel García Morente,el filósofo
Manuel
García Morente, gran filósofo, catedrático en la Universidad de Madrid, era
públicamente conocido como ateo. Después de que mataran a su yerno, aunque
Morente era apolítico, fue amenazado de muerte y tuvo que huir a París.
Allí
comenzó un periodo de angustias. Así, en París recuerda, el insomnio fue el
estado casi normal de mis noches tristísimas. Cavilaba sobre su familia y sobre
su suerte, pero también empezaba a verse de un modo distinto que antes:
También
a veces repasaba en la memoria todo el curso de mi vida: veía lo infundada que
era la especie de satisfacción modorrosa que sobre mí mismo había estado
viviendo; percibía dolorosamente la incurable inquietud e inestabilidad espiritual
en que de día en día había ido creciendo mi desasosiego.
El
motivo principal de su angustia seguía inalterado: su familia. La idea de Dios
llegó por primera vez a su cabeza: ¿sería un castigo de Dios? La primera vez
que la idea castigo de Dios rozó su mente, fue cosa fugaz y transitoria, aunque
después le pasarían cosas extrañas e incomprensibles. Poco a poco empezó a ver
la mano de la Providencia, un poder incógnito, dueño absoluto del acontecer
humano, arreglaba sin mí todo lo mío. Y seguían las dificultades; y, en su
desesperación, daba vueltas y vueltas a su situación y al sentido mismo de la
vida.
Ya
más tranquilo, pensaba en Dios; pero siempre en el Dios del deísmo, en el Dios
de la pura filosofía, en ese Dios intelectual en el que se piensa pero al que
no se reza. Dios humano, trascendente, inaccesible, puro ser lejanísimo, puro
término de la mirada intelectual.
Pero
seguía rebelde a que Dios pudiera jugar con él, no quería someterse al destino
de Dios, no quería nada con ese Dios inflexible, cruel y despiadado. Y por pura
rebeldía pensó en el suicidio, pero lo rechazó, pues el suicidio a nada
conducía, nada resolvía. Estaba en un callejón sin salida. Puso la radio y oyó
a César Frank; después, a Ravel. Siguió L´enfance de Jésus de Berlioz, bien
cantada por un magnífico tenor.
Por
fin consintió en pensamientos sobre la vida de Jesucristo. «Algo exquisito,
suavísimo, de tal delicadeza y ternura que nadie puede oírlo con los ojos
secos». Y cuando terminó, apagó la radio para no perturbar el estado de
deliciosa paz en que esa música lo había sumergido y por su mente empezaron a
desfilar imágenes de la vida de Jesús y se vio abrazado por Él.
Aquello
tuvo un efecto fulminante en mi alma. Por fin, quiso rezar de rodillas, pero
había olvidado el Padrenuestro, recordó cómo su madre le había enseñado a
rezar, reconstruyó el Padrenuestro, y el Avemaría... y de ahí no pudo pasar. No
importaba demasiado; lo cierto era que una inmensa paz se había adueñado de mi
alma. Y a partir de ese momento se sentía un hombre nuevo, dispuesto a ¡querer
libremente lo que Dios quiera! He aquí el ápice supremo de la condición humana.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Fue
entonces cuando Morente se decidió a comprar unos libros para formarse en la
doctrina cristiana; y un día, Jesús se hizo presente de un modo misterioso,
pero real; de un modo que no se podía percibir por los sentidos, pero se
percibía. Allí estaba Él. Yo no lo veía, no lo oía, no lo tocaba. Pero Él
estaba allí. […] Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que lo
percibía, aunque sin sensaciones. ¿Cómo es esto posible? Yo no lo sé.
Cuando
pudo reunirse con su familia en París, les dio la noticia de su conversión. En
mayo de 1938 volvió a España con la intención de realizar los estudios
preliminares al sacerdocio.
Fue ordenado sacerdote en 1940.
Tercer testimonio
Paul Claudel, poeta y diplomático francés
Una
tarde de Navidad, el gran poeta y diplomático francés Paul Claudel acudió a la
catedral de Notre-Dame de París por el simple deseo de contemplar una ceremonia
noble, dotada de cierto sentido estético. Apoyado en una de las columnas de la
nave lateral de la derecha, escuchó atento el canto de las vísperas. Al oír el
Magníficat se vio inmerso en un ámbito de luz y belleza que pareció
transportarlo a lo mejor de sí mismo.
En
su mente se iluminó como por un relámpago la idea clara de que ese estado de
autenticidad personal era propio de quienes viven en la Iglesia. Ésta dejó de
ser para él una institución rígida y lejana, para convertirse en el espacio de
vida en que se producen esas eclosiones de belleza y vida desbordante. La transformación
espiritual estaba hecha. Había realizado la experiencia de lo divino, y de su
riqueza iba a nutrir su espíritu durante el resto de su vida.
Cuarto testimonio
Rut Kat
Otro
testimonio, menos conocido pero no menos conmovedor y real de conversión a
través del arte, es el de una joven restauradora americana que llegó a España
en los años ochenta con 25 años. Pasó varios años subida en los andamios,
armada con sus instrumentos químicos, sus cepillos y espátulas.
Contempló
de cerca la apoteosis del arte en lugares privilegiados, como la bella portada
de la Gloria de la colegiata de Toro. A varios metros del suelo, Rut se dejaba
mirar por las figuras de la Virgen María o los ángeles. Intuitivamente captaba
las historias que las figuras de piedra o pintura contaban.
La
piedra fue para ella la mano suave y cálida de la experiencia de Dios. Rut pasó
por un período de formación posterior, de dos años, después de los cuales fue
bautizada con el nombre de Isabel en una ceremonia en que también recibió la
primera comunión y la confirmación.
Años
después se doctoró en Arte por Oxford con una tesis sobre la Virgen María en
las artes visuales, que tituló Divinas miradas, y que dedicó a su abuela judía,
que conocía cómo Dios actuaba, y a la que había sido su catequista y madrina,
una monja de clausura que, según rezaba la dedicatoria, sabía por qué actuaba
Dios.
Preguntas
o comentarios al autor
P.
Eusebio Gómez Navarro
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