Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Como broche de oro de este mes de mayo,
estas consideraciones de S. Josemaría,
San
Josemaría Escrivá
y la devoción a la Santísima Virgen María
Para
hablar con Dios
Mes de mayo (Que termina hoy)
¡Cómo
gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la
literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!...
—Canta
ante la Virgen Inmaculada, recordándole:
Dios
te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo:
Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios!
Camino,
496
Tratar
a la Madre de Dios
De
una manera espontánea, natural, surge en nosotros el deseo de tratar a la Madre
de Dios, que es también Madre nuestra. De tratarla como se trata a una persona
viva: porque sobre Ella no ha triunfado la muerte, sino que está en cuerpo y
alma junto a Dios Padre, junto a su Hijo, junto al Espíritu Santo.
Para
comprender el papel que María desempeña en la vida cristiana, para sentirnos
atraídos hacia Ella, para buscar su amable compañía con filial afecto, no hacen
falta grandes disquisiciones, aunque el misterio de la Maternidad divina tiene
una riqueza de contenido sobre el que nunca reflexionaremos bastante.
Es
Cristo que pasa, 142
Signo
del amor de Dios
La
fe católica ha sabido reconocer en María un signo privilegiado del amor de
Dios: Dios nos llama ya ahora sus amigos, su gracia obra en nosotros, nos
regenera del pecado, nos da las fuerzas para que, entre las debilidades propias
de quien aún es polvo y miseria, podamos reflejar de algún modo el rostro de
Cristo. No somos sólo náufragos a los que Dios ha prometido salvar, sino que
esa salvación obra ya en nosotros. Nuestro trato con Dios no es el de un ciego
que ansía la luz pero que gime entre las angustias de la obscuridad, sino el de
un hijo que se sabe amado por su Padre.
De
esa cordialidad, de esa confianza, de esa seguridad, nos habla María. Por eso
su nombre llega tan derecho al corazón. La relación de cada uno de nosotros con
nuestra propia madre, puede servirnos de modelo y de pauta para nuestro trato
con la Señora del Dulce Nombre, María. Hemos de amar a Dios con el mismo
corazón con el que queremos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a los otros
miembros de nuestra familia, a nuestros amigos o amigas: no tenemos otro
corazón. Y con ese mismo corazón hemos de tratar a María.
Es
Cristo que pasa, 142
¿Cómo
se comportan un hijo con su madre?
¿Cómo
se comportan un hijo o una hija normales con su madre? De mil maneras, pero
siempre con cariño y con confianza. Con un cariño que discurrirá en cada caso
por cauces determinados, nacidos de la vida misma, que no son nunca algo frío,
sino costumbres entrañables de hogar, pequeños detalles diarios, que el hijo
necesita tener con su madre y que la madre echa de menos si el hijo alguna vez
los olvida: un beso o una caricia al salir o al volver a casa, un pequeño
obsequio, unas palabras expresivas.
En
nuestras relaciones con Nuestra Madre del Cielo hay también esas normas de
piedad filial, que son el cauce de nuestro comportamiento habitual con Ella.
Muchos cristianos hacen propia la costumbre antigua del escapulario; o han
adquirido el hábito de saludar —no hace falta la palabra, el pensamiento basta—
las imágenes de María que hay en todo hogar cristiano o que adornan las calles
de tantas ciudades; o viven esa oración maravillosa que es el santo rosario, en
el que el alma no se cansa de decir siempre las mismas cosas, como no se cansan
los enamorados cuando se quieren, y en el que se aprende a revivir los momentos
centrales de la vida del Señor; o acostumbran dedicar a la Señora un día de la
semana —precisamente este mismo en que estamos ahora reunidos: el sábado—,
ofreciéndole alguna pequeña delicadeza y meditando más especialmente en su
maternidad.
Es
Cristo que pasa, 142
Manifestar
el amor a María
Hay
muchas otras devociones marianas que no es necesario recordar aquí ahora. No
tienen por qué estar incorporadas todas a la vida de cada cristiano —crecer en
vida sobrenatural es algo muy distinto del mero ir amontonando devociones—,
pero debo afirmar al mismo tiempo que no posee la plenitud de la fe quien no
vive alguna de ellas, quien no manifiesta de algún modo su amor a María.
Los
que consideran superadas las devociones a la Virgen Santísima, dan señales de
que han perdido el hondo sentido cristiano que encierran, de que han olvidado
la fuente de donde nacen: la fe en la voluntad salvadora de Dios Padre, el amor
a Dios Hijo que se hizo realmente hombre y nació de una mujer, la confianza en
Dios Espíritu Santo que nos santifica con su gracia. Es Dios quien nos ha dado
a María, y no tenemos derecho a rechazarla, sino que hemos de acudir a Ella con
amor y con alegría de hijos.
Es
Cristo que pasa, 142
María
Santísima, Madre de Dios, pasa inadvertida, como una más entre las mujeres de
su pueblo.
—Aprende
de Ella a vivir con “naturalidad”.
Camino,
499
¿Quieres
amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra
Señora.
Santo
Rosario, Introducción
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