Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
El silencio.
Para aquellos que no saben aprovecharlo.
El silencio es el portero de la vida interior.
(S. Josemaría)
Para aquellos que no saben aprovecharlo.
El silencio es el portero de la vida interior.
(S. Josemaría)
Autor:
Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
Cuentan
que el abad Hiperiquio decía: “Es mejor comer carne y beber vino que, mediante
la calumnia, devorar a tu hermano”.
“Hay un tiempo para callar y un
tiempo para hablar” (Eclo 3,7). Claro está que dedicamos mucho tiempo a hablar
y poco tiempo a escuchar, a permanecer en silencio. Es curioso observar cómo
por medio de la palabra, que se nos ha dado para comunicarnos, engañamos y nos
engañamos. “En ningún siglo, ha escrito Ignacio Silone, la palabra ha sido tan
pervertida, como lo está ahora, alejada de su finalidad que es la comunicación
entre los hombres”.
La palabra y el silencio no son
enemigos. La palabra debe nacer del silencio y éste de la palabra. Dios hace
enmudecer a los charlatanes y perdidos, gente sin fe, como a Zacarías, y hace
hablar a los mudos para que puedan abrirse a Dios y cantar sus maravillas.
Hay otros medios de comunicación, además de
la palabra. Uno de ellos es el silencio. El silencio no es ausencia de ruido,
mutismo, no es desamor a la palabra, no es algo negativo. El silencio es la
expresión de nuestro mundo interior. “Por el silencio se reconocen los que
llevan a Dios en su corazón” (G. Tersteegen). Es un “gran maestro de verdad”
(Psichari). “Si amas la verdad, sé amante del silencio; a semejanza del sol, él
te hará luminoso ante Dios y te librará de los fantasmas de la ignorancia; el silencio
te unirá al mismo Dios. Es, sin duda, valiosísimo para la persona.
El silencio busca la soledad.
“Nuestra alma tiene necesidad de soledad. En la soledad, si el alma está
atenta, Dios se deja ver. La multitud es ruidosa. Para ver a Dios es necesario
el silencio” (san Agustín).
El
silencio es el lenguaje de Dios. Abarca a toda la persona: ojos, oídos, voz,
imaginación, memoria, corazón, mente, voluntad...
Es necesario, pues, aprender a
callar, a valorar el silencio, a escuchar a Dios, a los otros y a uno mismo.
Basta observar la naturaleza para darse cuenta de cómo todo se realiza en
silencio: el morir del grano de trigo, el crecimiento y su madurez... El árbol
produce sus flores y frutos en silencio. Quienes visitan los monasterios quedan
impresionados de la densidad del silencio que reina allí...
Hermosa entrada, sin silencio interior no podemos hallar la paz que nos abre al conocimiento de Dios.
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