Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Santo
Vidente de la Virgen de Guadalupe, 9 de
Diciembre
Autor: P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Fuente:
Memoria Litúrgica
Vidente de la Virgen de Guadalupe
Martirologio Romano: San Juan Diego
Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe
purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en
honor de la
Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de
Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. († 1548)
Día de la Canonización
Fecha de canonización: 31 de julio de
2002 por el Papa Juan Pablo II.
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que
significa: Águila que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de
la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en
Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue
bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan
Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a los demás
con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que
intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que
cuanto pedía y rogaba la Señora
del cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las
semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su
ancestral cultura y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo
el gran privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe,
siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero
el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente
este encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las
hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron
convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde
y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de
gran caridad.
Poco después de haber vivido el
importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan
Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo
que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que
su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para
atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era
un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y
a todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los
viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la
costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos
mostraban su devoción (aun los mismos señores).”
Juan Diego se acercó a suplicarle al
señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte que fuera, junto a las
paredes de la Ermita
para poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo,
que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le
construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su
sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle,
para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se
estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y
abuelos les dejaron”.
Juan Diego manifestó la gran nobleza
de corazón y su ferviente caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo;
asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las
palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío
estaba completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía
toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a
un lado de la Ermita ;
a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de
Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su
amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de
oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme
a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.” También
se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas
espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la
invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía
penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra
para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”
Toda persona que se acercaba a Juan
Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz los pormenores del
Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido este encuentro
maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como
lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666:
“Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha
distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan
Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un verdadero
misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María
Lucía, quien había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado
un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era
agradable a Dios y a la
Virgen Santísima , por lo que los dos decidieron vivirla; se
nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada , murió su
mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo
testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María
Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por
haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la
pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue
constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados”. Aunque
esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del
bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes
históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre esto,
uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del Convento de
Corpus Christi en la Ciudad
de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres
caciques [indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región
di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo
importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la
santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su
propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se
había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de
Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era
preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de
Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a
un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección
de vida, buscando la
Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre
edificó a los demás con su testimonio y su palabra; constantemente se acercaban
a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su
pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía
entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de
1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía:
“que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde
se le había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha
visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos
los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una
y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su
pueblo, interceda por él.” El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló
detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza
que le tenía el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan
Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de
Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y
que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo
de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios
Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios,
ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel
tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el
peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la
iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó
su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era
muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha
Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo
a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima
les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo
tenían por Varón Santo.”
La india doña Juana de la Concepción que también
dio su testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego,
efectivamente, era un hombre santo, pues había visto a la Virgen : “todos los Indios e
Indias –declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita,
teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a
los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”. Mientras que el indio
Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero
de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan
virtuoso y santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que
Juan Diego era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido
decía la dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que
sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen , por cuya causa le
tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El indio don Martín de
San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan
Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”
Y la Virgen lo vino a buscar
Como decíamos, Juan Diego murió en
1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo
de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos
refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan
Diego a la Señora
del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón
que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le
vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo,
cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los
setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar:
“¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas
perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos
gozos del cielo!”
Confeccionado por Franja
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