Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Día
litúrgico:
Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (B)
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS
14, 12-16.22-26
El primer día de ázimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
--¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la
cena de Pascua?
Él envió a dos discípulos diciéndoles:
--Id a la ciudad, encontraréis un hombre que
lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al
dueño: “El maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la
Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba,
arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la
ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció
la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
--Tomad, esto es mi cuerpo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de
gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo:
--Esta es mi sangre, sangre de alianza,
derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid
hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
Después de cantar el salmo, salieron para el
Monte de los Olivos.
Palabra del Señor
Evangelio
Custodia de Arfe-Toledo.
La Más espectacular de las Custodias del mundo entero
“ATRÉVETE
CUANTO PUEDAS”
Por
Javier Leoz
Solemnidad
del Corpus Christi y, con ella, la seguridad de que el Señor –lejos de
abandonarnos- se ha quedado en este Misterio de fraternidad, amor, generosidad,
pasión, muerte y resurrección que es la Eucaristía.
1.- Qué bien lo expresó el Papa
Emérito, Benedicto XVI, en el siguiente texto: "¿Qué significa
Corpus Christi para mí? En primer lugar, el recuerdo de un día de fiesta, en el
que se tomaba al pie de la letra la expresión que acuñó Santo Tomás de Aquino
en uno de sus himnos eucarísticos: «Quantum potes tantum aude» —atrévete cuanto
puedas a alabarle como merece—. Estos versos recuerdan además una frase que el
mártir Justino ya había formulado en el siglo II... El día de Corpus Christi
toda la comunidad se siente llamada a cumplir esa tarea: atrévete cuanto
puedas. Todavía siento el aroma que desprendían las alfombras de flores y el
abedul fresco, los ornamentos en las ventanas de las casas, los cantos, los
estandartes; todavía oigo la música de los instrumentos de viento de la banda
del pueblo, que en aquel día a veces se atrevía con más de lo que podía; y oigo
el ruido de los petardos con los que los muchachos expresaban su barroca
alegría de vivir, pero saludando a Cristo en las calles del pueblo como a una
autoridad de la ciudad, como a la autoridad suprema, como al Señor del
mundo..."
2.- Hoy, desgraciadamente, nuestras
calles no rezuman aroma a fraternidad o justicia. Nuestros ojos, en cuanto
saltamos a ellas, se encuentran con dramas en mil rostros y pobreza que
reclaman nuestra atención. Hoy, Jesús el “pobre” (tal vez disimulado en
custodia) avanza por plazas y cuestas, calles y encrucijadas de nuestros
pueblos y ciudades para dejarse aclamar pero, también, para que no olvidemos
que la Eucaristía es fuerza que nos impulsa hacia el bien. Pero no es una
fuerza cualquiera. No es solidaridad simple y a veces interesada. El Corpus
Christi nos hace caer en la cuenta de que el amor cristiano no entiende de
colores ni de ideologías y que, incluso también hacia el ingrato enemigo, ha de
ir volcado nuestro amor porque también Cristo, en su primera custodia de madera
(la mesa de Jueves Santo) quiso que su afecto llegase incluso al que más tarde
le traicionó. Esa es la diferencia entre solidaridad y caridad. La solidaridad,
centrada en el humanismo, tiende a doblegarse, cansarse y agotarse. La caridad,
sustentada en el amor divino, es (como dice San Pablo) un amor sin límites, que
a veces cuesta ofrendarlo pero que –cuando se da- más se aumenta y más
satisfacción produce. Hoy, al llevar a Cristo Sacramentado por nuestras calles,
decimos al mundo que somos muchos los que creemos en un amor sin más adjetivo
que DIVINO. Por eso cantamos, festejamos, adoramos y hasta nos emocionamos: ¡ES
EL AMOR QUE PASA!
3.- A punto de iniciarse el Año de
la Misericordia (convocado por el Papa Francisco para el día de la Inmaculada)
creo que el Corpus Christi nos centra en el auténtico valor y pureza de esa
misericordia. Los cristianos no podemos quedarnos en meros gestos o detalles.
La misericordia de Cristo, envuelta hoy en históricas custodias y cobijada bajo
palio, nos reclama también un punto de atención: es Misterio. La tocamos y, a
la vez, la sentimos lejos. La ofrecemos, y en muchos momentos, nos abre las
carnes. Hablamos de ella pero, en algunos instantes, la constituimos sólo en
poesía, canción o palabrería. ¡Qué distinta la misericordia del Señor que
avanza por nuestras calles en este día del Corpus Christi! Es Él mismo quien se
ofrece.
En una coyuntura con tantas
soledades y sufrimientos. En una realidad mundial tan compleja y con tantos
frentes abiertos, el Corpus Christi nos invita a mirar más allá de nosotros
mismos. A buscar esa potencia escondida y misteriosa que en un altar se hace
presente y que, cuando se comulga, nos convierte en personas invencibles y
constantes en el amor y por el amor.
4.- Hoy, en multitud de parroquias,
catedrales, comunidades religiosas, pueblos y ciudades desfilarán custodias con
el Amor de los Amores. ¿Estamos dispuestos luego nosotros a ser “templetes de
carne y hueso” que hagan presente a Cristo en esas otras calles donde es
marginado y despreciado, silenciado o blasfemado? Sí; en esas otras calles y
plazas que son nuestros puestos de trabajo, el campo donde se toman decisiones,
la familia, la educación o nuestras conversaciones diarias. Es fácil, aunque,
en estos tiempos, muy meritorio, salir en procesión en un mundo secularizado y
habituado a la zafiedad en su asfalto, pero luego nos queda la asignatura
pendiente: proclamar el reino de la vida, el Señor de la Eucaristía, allá donde
pensamos, vivimos, trabajamos o descansamos como cristianos.
¡ATRÉVETE CUÁNTO PUEDAS!
¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO!
QUE ME ATREVA, SEÑOR
A dar la cara por Ti cuando, tantos rostros,
dicen ser de los tuyos y se esconden
a la hora de ser signo de tu presencia.
A ser custodia, de carne y hueso,
que –cuando es mirada-
destella rayos de que Tú eres mi luz
de que, Tú, eres el motor de mis paso
de que, Tú, eres el secreto de mis palabras.
QUE ME ATREVA, SEÑOR
A ser pétalo de tu Evangelio
dejando, allá por donde pase,
un exponente de que soy de los tuyos
Un síntoma de que, tu Cuerpo y tu Sangre,
se funden en mis entrañas
y me empujan a ser un templo vivo
allá donde existe la muerte o el llanto.
QUE ME ATREVA, SEÑOR
Y, con mis fuerzas, cuanto pueda
a darte alabanza y honor
aun a riesgo de ser centro de la diana
de burlas y mofas
cuando, ante otros dioses de madera y cartón
no doblego lo más santo y fuerte que poseo: Tú.
QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A rendirme a tus pies
pero nunca rendirme de lo que pienso y creo:
Tú eres Rey, Tú eres Amor de amores
Tú eres cielo en la tierra y Palabra certera
en tantas noches oscuras
Tú mereces la gloria, sólo Tú,
cuando lo que nos rodea
nos invita a centrarnos sólo en la nuestra
QUE
ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A ser incienso de un Dios que no defrauda
Mano tendida para el que llama a mi puerta
Voz que anuncia y denuncia
Silencio que conforte en mil duelos
QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A manifestar, en este vacío mundo,
que Tú lo puedes llenar todo
cuando, el hombre y la mujer de este tiempo,
busque en la profundidad (y no en la superficialidad)
el Agua Viva que calma la sed de una vez por todas.
¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO!
¡Bendito, Señor, sea tu nombre!
¡Bendita, Señor, sea tu presencia!
¡Grande, Señor, sea tu reinado en el corazón del hombre!
¡Única y para Ti, Señor, sea nuestra adoración!
¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO!
Tuyos, siempre tuyos Señor,
en este día en el que tu
Cuerpo y tu Sangre
hacen de innumerables rincones de nuestra tierra
un inmenso altar desde el cual hablas,
miras, callas, observas, lloras y bendices.
¡QUE
ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR!
P. Javier Leoz
http://evangeli.net/evangelio
Por el Rvdo. Sr. D. Guillermo
Juan Morado
La solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo nos empuja a expresar nuestra fe en la presencia real
de Cristo en la Eucaristía; a “expresar”, es decir, a manifestarla con
palabras, miradas o gestos. La fe tiene su raíz en la acción de la gracia en nuestro
corazón, pero abarca la totalidad de lo que somos y, por consiguiente, como la
alegría o el amor, necesita ser expresada.
La Iglesia no ahorra las
palabras, no silencia la emoción que suscita la presencia del Señor en el
Santísimo Sacramento y acude a la Escritura Santa para hacer resonar, en el
canto del Aleluya de la Misa, la afirmación del mismo Jesús: “Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; quien coma de este pan vivirá para
siempre” (cf Jn 6,51-52). En uno de los prefacios proclama: “Su carne, inmolada
por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros,
es bebida que nos purifica”. Y en el himno eucarístico compuesto por Santo
Tomás se dice que la lengua cante el misterio del glorioso Cuerpo de Cristo:
“Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium”.
La mirada del creyente de asombra
y se admira ante esta singular manera en la que Cristo ha querido hacerse
presente en su Iglesia. Y los ojos, que sólo alcanzan a ver el signo del pan y
del vino, piden ayuda a la fe para creer, basados en la autoridad de Dios, que
no miente, que Jesucristo, nuestro, Señor es el “Dios escondido, oculto
verdaderamente bajo estas apariencias”. La mirada se vuelve entonces adoración:
“A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al
contemplarte”.
Pero también el lenguaje
corporal, la gestualidad del hombre, se siente comprometida a expresar la fe en
la presencia real. Por esa razón nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento
o hacemos la genuflexión cuando pasamos delante del sagrario. Todos los
elementos sensibles que rodean la conservación de la Eucaristía o su
presentación a la adoración de los fieles han subrayar y manifestar, por la
nobleza de sus materiales y de sus formas, la grandeza de esta Presencia: el
sagrario, el copón, la custodia o el palio con el que honramos, en la procesión
eucarística, el paso del Señor. En esta lógica de una fe que se expresa se
inserta, como un elemento destacado, la procesión del Corpus Christi, la
proclamación pública de reconocimiento de la presencia real, permanente y
sustancial de Jesucristo en el Santísimo Sacramento.
La ofrenda de pan y de vino de
Melquisedec prefigura la ofrenda que la Iglesia, unida a Cristo, hace del
Cuerpo y la Sangre del Señor (cf Gn 14,18-20). Celebrando el memorial de su
sacrificio, de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada (cf 1 Co 11,23-26),
la Iglesia alaba al Padre en acción de gracias “por todo lo que Dios ha hecho
de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad” (Catecismo
1359). La Eucaristía es el banquete sobreabundante, que Cristo ha prefigurado
en la multiplicación de los panes y de los peces (cf Lc 9,11-17), para que
todos podamos comer y saciarnos.
En lugar de su forma visible, que
ya no permanece entre nosotros desde la Ascensión, el Señor quiso darnos su
presencia sacramental; ya que se ofreció por nosotros en la Cruz, quiso que
tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta el fin”. Como
resume el Catecismo: “en su presencia eucarística permanece misteriosamente en
medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo
los signos que expresan y comunican ese amor” (n.1380).
Que a la vez que manifestamos
nuestra fe en su presencia seamos también testigos que comunican su amor.
¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar! Amén.
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