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miércoles, 3 de junio de 2015

Corpus Christi. Presencia Real.

Blog Católico de Javier Olivares-Baiona



Día litúrgico: 
Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (B)

EVANGELIO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 14, 12-16.22-26

El primer día de ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

--¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

Él envió a dos discípulos diciéndoles:

--Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: “El maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

--Tomad, esto es mi cuerpo.

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo:

--Esta es mi sangre, sangre de alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.

Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.


Palabra del Señor
 Evangelio

Custodia de Arfe-Toledo.
La Más espectacular de las Custodias del mundo entero




“ATRÉVETE CUANTO PUEDAS”
Por Javier Leoz
Solemnidad del Corpus Christi y, con ella, la seguridad de que el Señor –lejos de abandonarnos- se ha quedado en este Misterio de fraternidad, amor, generosidad, pasión, muerte y resurrección que es la Eucaristía.

1.- Qué bien lo expresó el Papa Emérito, Benedicto XVI, en el siguiente texto: "¿Qué significa Corpus Christi para mí? En primer lugar, el recuerdo de un día de fiesta, en el que se tomaba al pie de la letra la expresión que acuñó Santo Tomás de Aquino en uno de sus himnos eucarísticos: «Quantum potes tantum aude» —atrévete cuanto puedas a alabarle como merece—. Estos versos recuerdan además una frase que el mártir Justino ya había formulado en el siglo II... El día de Corpus Christi toda la comunidad se siente llamada a cumplir esa tarea: atrévete cuanto puedas. Todavía siento el aroma que desprendían las alfombras de flores y el abedul fresco, los ornamentos en las ventanas de las casas, los cantos, los estandartes; todavía oigo la música de los instrumentos de viento de la banda del pueblo, que en aquel día a veces se atrevía con más de lo que podía; y oigo el ruido de los petardos con los que los muchachos expresaban su barroca alegría de vivir, pero saludando a Cristo en las calles del pueblo como a una autoridad de la ciudad, como a la autoridad suprema, como al Señor del mundo..."

2.- Hoy, desgraciadamente, nuestras calles no rezuman aroma a fraternidad o justicia. Nuestros ojos, en cuanto saltamos a ellas, se encuentran con dramas en mil rostros y pobreza que reclaman nuestra atención. Hoy, Jesús el “pobre” (tal vez disimulado en custodia) avanza por plazas y cuestas, calles y encrucijadas de nuestros pueblos y ciudades para dejarse aclamar pero, también, para que no olvidemos que la Eucaristía es fuerza que nos impulsa hacia el bien. Pero no es una fuerza cualquiera. No es solidaridad simple y a veces interesada. El Corpus Christi nos hace caer en la cuenta de que el amor cristiano no entiende de colores ni de ideologías y que, incluso también hacia el ingrato enemigo, ha de ir volcado nuestro amor porque también Cristo, en su primera custodia de madera (la mesa de Jueves Santo) quiso que su afecto llegase incluso al que más tarde le traicionó. Esa es la diferencia entre solidaridad y caridad. La solidaridad, centrada en el humanismo, tiende a doblegarse, cansarse y agotarse. La caridad, sustentada en el amor divino, es (como dice San Pablo) un amor sin límites, que a veces cuesta ofrendarlo pero que –cuando se da- más se aumenta y más satisfacción produce. Hoy, al llevar a Cristo Sacramentado por nuestras calles, decimos al mundo que somos muchos los que creemos en un amor sin más adjetivo que DIVINO. Por eso cantamos, festejamos, adoramos y hasta nos emocionamos: ¡ES EL AMOR QUE PASA!

3.- A punto de iniciarse el Año de la Misericordia (convocado por el Papa Francisco para el día de la Inmaculada) creo que el Corpus Christi nos centra en el auténtico valor y pureza de esa misericordia. Los cristianos no podemos quedarnos en meros gestos o detalles. La misericordia de Cristo, envuelta hoy en históricas custodias y cobijada bajo palio, nos reclama también un punto de atención: es Misterio. La tocamos y, a la vez, la sentimos lejos. La ofrecemos, y en muchos momentos, nos abre las carnes. Hablamos de ella pero, en algunos instantes, la constituimos sólo en poesía, canción o palabrería. ¡Qué distinta la misericordia del Señor que avanza por nuestras calles en este día del Corpus Christi! Es Él mismo quien se ofrece.
En una coyuntura con tantas soledades y sufrimientos. En una realidad mundial tan compleja y con tantos frentes abiertos, el Corpus Christi nos invita a mirar más allá de nosotros mismos. A buscar esa potencia escondida y misteriosa que en un altar se hace presente y que, cuando se comulga, nos convierte en personas invencibles y constantes en el amor y por el amor.

4.- Hoy, en multitud de parroquias, catedrales, comunidades religiosas, pueblos y ciudades desfilarán custodias con el Amor de los Amores. ¿Estamos dispuestos luego nosotros a ser “templetes de carne y hueso” que hagan presente a Cristo en esas otras calles donde es marginado y despreciado, silenciado o blasfemado? Sí; en esas otras calles y plazas que son nuestros puestos de trabajo, el campo donde se toman decisiones, la familia, la educación o nuestras conversaciones diarias. Es fácil, aunque, en estos tiempos, muy meritorio, salir en procesión en un mundo secularizado y habituado a la zafiedad en su asfalto, pero luego nos queda la asignatura pendiente: proclamar el reino de la vida, el Señor de la Eucaristía, allá donde pensamos, vivimos, trabajamos o descansamos como cristianos.




 ¡ATRÉVETE CUÁNTO PUEDAS!

¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO!

QUE  ME ATREVA, SEÑOR
A dar la cara por Ti cuando,  tantos rostros,
dicen ser de los tuyos y se  esconden
a la hora de ser signo de tu  presencia.
A ser custodia, de carne y  hueso,
que –cuando es mirada-
destella rayos de que Tú  eres mi luz
de que, Tú, eres el motor de  mis paso
de que, Tú, eres el secreto  de mis palabras.

QUE  ME ATREVA, SEÑOR
A ser pétalo de tu Evangelio
dejando, allá por donde  pase,
un exponente de que soy de  los tuyos
Un síntoma de que, tu Cuerpo  y tu Sangre,
se funden en mis entrañas
y me empujan a ser un templo  vivo
allá donde existe la muerte  o el llanto.

QUE  ME ATREVA, SEÑOR
Y, con mis fuerzas, cuanto  pueda
a darte alabanza y honor
aun a riesgo de ser centro  de la diana
de burlas y mofas
cuando, ante otros dioses de  madera y cartón
no doblego lo más santo y  fuerte que poseo: Tú.

QUE  ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A rendirme a tus pies
pero nunca rendirme de lo  que pienso y creo:
Tú eres Rey, Tú eres Amor de  amores
Tú eres cielo en la tierra y  Palabra certera
en tantas noches oscuras
Tú mereces la gloria, sólo  Tú,
cuando lo que nos rodea
nos invita a centrarnos sólo  en la nuestra

QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA  SEÑOR
A ser incienso de un Dios  que no defrauda
Mano tendida para el que  llama a mi puerta
Voz que anuncia y denuncia
Silencio que conforte en mil  duelos

QUE  ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A manifestar, en este vacío  mundo,
que Tú lo puedes llenar todo
cuando, el hombre y la mujer  de este tiempo,
busque en la profundidad (y  no en la superficialidad)
el Agua Viva que calma la  sed de una vez por todas.

¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO!
¡Bendito, Señor, sea tu  nombre!
¡Bendita, Señor, sea tu  presencia!
¡Grande, Señor, sea tu  reinado en el corazón del hombre!
¡Única y para Ti, Señor, sea  nuestra adoración!
¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO!
Tuyos, siempre tuyos Señor,
en este día en el que tu Cuerpo  y tu Sangre
hacen de innumerables  rincones de nuestra tierra
un inmenso altar desde el  cual hablas,
miras, callas, observas,  lloras y bendices.


¡QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR!

P. Javier Leoz
http://evangeli.net/evangelio



Por el Rvdo. Sr. D. Guillermo Juan Morado

La solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nos empuja a expresar nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía; a “expresar”, es decir, a manifestarla con palabras, miradas o gestos. La fe tiene su raíz en la acción de la gracia en nuestro corazón, pero abarca la totalidad de lo que somos y, por consiguiente, como la alegría o el amor, necesita ser expresada.

La Iglesia no ahorra las palabras, no silencia la emoción que suscita la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento y acude a la Escritura Santa para hacer resonar, en el canto del Aleluya de la Misa, la afirmación del mismo Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; quien coma de este pan vivirá para siempre” (cf Jn 6,51-52). En uno de los prefacios proclama: “Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”. Y en el himno eucarístico compuesto por Santo Tomás se dice que la lengua cante el misterio del glorioso Cuerpo de Cristo: “Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium”.

La mirada del creyente de asombra y se admira ante esta singular manera en la que Cristo ha querido hacerse presente en su Iglesia. Y los ojos, que sólo alcanzan a ver el signo del pan y del vino, piden ayuda a la fe para creer, basados en la autoridad de Dios, que no miente, que Jesucristo, nuestro, Señor es el “Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias”. La mirada se vuelve entonces adoración: “A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”.

Pero también el lenguaje corporal, la gestualidad del hombre, se siente comprometida a expresar la fe en la presencia real. Por esa razón nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento o hacemos la genuflexión cuando pasamos delante del sagrario. Todos los elementos sensibles que rodean la conservación de la Eucaristía o su presentación a la adoración de los fieles han subrayar y manifestar, por la nobleza de sus materiales y de sus formas, la grandeza de esta Presencia: el sagrario, el copón, la custodia o el palio con el que honramos, en la procesión eucarística, el paso del Señor. En esta lógica de una fe que se expresa se inserta, como un elemento destacado, la procesión del Corpus Christi, la proclamación pública de reconocimiento de la presencia real, permanente y sustancial de Jesucristo en el Santísimo Sacramento.

La ofrenda de pan y de vino de Melquisedec prefigura la ofrenda que la Iglesia, unida a Cristo, hace del Cuerpo y la Sangre del Señor (cf Gn 14,18-20). Celebrando el memorial de su sacrificio, de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada (cf 1 Co 11,23-26), la Iglesia alaba al Padre en acción de gracias “por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad” (Catecismo 1359). La Eucaristía es el banquete sobreabundante, que Cristo ha prefigurado en la multiplicación de los panes y de los peces (cf Lc 9,11-17), para que todos podamos comer y saciarnos.

En lugar de su forma visible, que ya no permanece entre nosotros desde la Ascensión, el Señor quiso darnos su presencia sacramental; ya que se ofreció por nosotros en la Cruz, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta el fin”. Como resume el Catecismo: “en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican ese amor” (n.1380).

Que a la vez que manifestamos nuestra fe en su presencia seamos también testigos que comunican su amor. ¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar! Amén.


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