Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
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Evangelio
de hoy
Día
litúrgico: Miércoles III del tiempo ordinario
Texto
del Evangelio (Mc 4,1-20): En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a
orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una
barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del
mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción:
«Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una
parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra
parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida
por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no
tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la
ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y
desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras
ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando
quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las
parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del
Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas,
para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea
que se conviertan y se les perdone».
Y
les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas
las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del
camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene
Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en
terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con
alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en
cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra,
sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que
han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las
riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda
sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la
acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento».
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant
Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«El
sembrador siembra la Palabra»
Hoy
escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es
totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es
una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus
ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha
otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús.
Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas”
cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos
envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se
ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.
El
mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos
medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer.
Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar.
También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!—
recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas
que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.
En
todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo
nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar,
es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene
en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de
Satanás.
Segundo,
la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y
amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San
Josemaría).
Finalmente,
el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el
camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).
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