Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Día litúrgico: Domingo III (C) de Cuaresma
Texto del Evangelio (Lc 13,1-9): En aquel tiempo, llegaron algunos
que contaron a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con
la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran
más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas?
No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O
aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos,
¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en
Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo
modo».
Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su
viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador:
‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro;
córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él le respondió: ‘Señor,
déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré
abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».
¿QUÉ FRUTOS, SEÑOR?
(Javier Leoz)
Me pides confianza y, por lo
que sea,
prefiero mirar hacia atrás
que saborear y soñar con lo
que en Ti me espera
Deseas el fruto de mi
constancia y, a la menor,
me dejo enredar por los
hilos de la pereza,
la tibieza o las dudas, la
fragilidad o la torpeza.
Sueñas con un futuro bueno
para mí,
y me encuentras soñando con
otras cosas
con otras instancias que no
son las tuyas
con una tierra muy distinta
a la que Tú me ofreces.
Estoy en la higuera, pero la
higuera de mi vida,
no siempre fructifica en lo
santo, noble y bueno.
Miras a las ramas de mis
días
y, lejos de comprobar cómo
despuntan sus yemas
me limito a vivir bajo
mínimos,
a dar aquello que me
conviene y no me molesta
a fructificar, poco o nada,
si no es beneficio propio.
¿QUÉ FRUTOS, DARTE, SEÑOR?
Mira mi miseria,
y dejándome arrastrar por tu
riqueza
ojala recojas de mí aquello
que a tu Reino convenga.
Acoge mi buena voluntad,
y lejos de echarme en brazos
de la vanidad
descubra que, sólo Tú y
siempre Tú,
eres la causa de lo bueno que
brota en mí.
Perdona mi débil cosecha,
y, sigue sembrando Señor,
para que tal vez mañana
puedas despertar,
descubriendo en mí
aquello que, hoy, brilla por
su ausencia:
frutos de verdad y de amor, de generosidad y de alegría,
de fe y de esperanza, de confianza y de futuro,
de vida y de verdad.
Y no te canses, Señor, de
visitar tu viña,
tal vez hoy, puede que no,
pero mañana, con tu ayuda y
mi esfuerzo,
brotará con todo su
esplendor
la higuera de mi vida
Amén
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