Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Viernes I de Cuaresma
Texto del Evangelio (Mt 5,20-26): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os digo que, si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás;
y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se
encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su
hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame
"renegado", será reo de la gehenna de fuego.
»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces
de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del
altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas
tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por
el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y
te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas
pagado el último céntimo».
Fr. Thomas LANE
(Emmitsburg, Maryland,
Estados Unidos)
«Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano»
Hoy, el Señor, al hablarnos de lo que ocurre en nuestros
corazones, nos incita a convertirnos. El mandamiento dice «No matarás» (Mt
5,21), pero Jesús nos recuerda que existen otras formas de privar de la vida a
los demás. Podemos privar de la vida a los demás abrigando en nuestro corazón
una ira excesiva hacia ellos, o al no tratarlos con respeto e insultarlos
(«imbécil»; «renegado»: cf. Mt 5,22).
El Señor nos llama a ser personas íntegras: «Deja tu ofrenda allí,
delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24), es
decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en
nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide
que nos reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia
la reconciliación es rogar por nuestros enemigos, como Jesús solicita. Si se
nos hace difícil, entonces, sería bueno recordar y revivir en nuestra
imaginación a Jesucristo muriendo por aquellos que nos disgustan. Si hemos sido
seriamente dañados por otros, roguemos para que cicatrice el doloroso recuerdo
y para conseguir la gracia de poder perdonar. Y, a la vez que rogamos, pidamos
al Señor que retroceda con nosotros en el tiempo y lugar de la herida
—reemplazándola con su amor— para que así seamos libres para poder perdonar.
En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentaros ante Él,
también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso,
es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el
corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad
de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible
aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias».
Rev. D. Joaquim MESEGUER García
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos,
no entraréis en el Reino de los Cielos»
Hoy, Jesús nos llama a ir más allá del legalismo: «Os digo que, si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el Reino de los cielos» (Mt 5,20). La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para
garantizar la convivencia; pero el cristiano, instruido por Jesucristo y lleno
del Espíritu Santo, ha de procurar superar este mínimo para llegar al máximo
posible del amor. Los maestros de la Ley y los fariseos eran cumplidores
estrictos de los mandamientos; al repasar nuestra vida, ¿quién de nosotros
podría decir lo mismo? Vayamos con cuidado, por tanto, para no menospreciar su
vivencia religiosa.
Lo que hoy nos enseña Jesús es a no creernos seguros por el hecho
de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar méritos
a Dios, como hacían los maestros de la Ley y los fariseos. Más bien debemos
poner el énfasis en el amor a Dios y los hermanos, amor que nos hará ir más
allá de la fría Ley y a reconocer humildemente nuestras faltas en una
conversión sincera.
Hay quien dice: ‘Yo soy bueno porque no robo, ni mato, ni hago mal
a nadie’; pero Jesús nos dice que esto no es suficiente, porque hay otras
formas de robar y matar. Podemos matar las ilusiones de otro, podemos
menospreciar al prójimo, anularlo o dejarlo marginado, le podemos guardar
rencor; y todo esto también es matar, no con una muerte física, pero sí con una
muerte moral y espiritual.
A lo largo de la vida, podemos encontrar muchos adversarios, pero
el peor de todos es uno mismo cuando se aparta del camino del Evangelio. Por
esto, en la búsqueda de la reconciliación con los hermanos hemos de estar
primero reconciliados con nosotros mismos. Nos dice san Agustín: «Mientras seas
adversario de ti mismo, la Palabra de Dios será adversaria tuya. Hazte amigo de
ti mismo y te habrás reconciliado con ella».
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