Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Martes Santo
Texto del Evangelio (Jn 13,21-33.36-38): En aquel tiempo, estando
Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró:
«En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos
se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que
Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y
le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho
de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé
el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas,
hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús
le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales
entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que
Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que
diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.
Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del
hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él,
Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya
poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que
les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo
también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús
le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde».
Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le
responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no
cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».
«Era de noche»
Abbé Jean GOTTIGNY
(Bruxelles, Bélgica)
Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que
está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes
Santo. «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30).
Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero
de Dios verdadero» (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
El pecador es el que vuelve la espalda al Señor para gravitar
alrededor de las cosas creadas, sin referirlas a su Creador. San Agustín
describe el pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una
traición, en suma. Una prevaricación fruto de «la arrogancia con la que
queremos emanciparnos de Dios y no ser nada más que nosotros mismos; la
arrogancia por la que creemos no tener necesidad del amor eterno, sino que
deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos» (Benedicto XVI). Se puede
entender que Jesús, aquella noche, se haya sentido «turbado en su interior» (Jn
13,21).
Afortunadamente, el pecado no es la última palabra. Ésta es la
misericordia de Dios. Pero ella supone un “cambio” por nuestra parte. Una
inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para
vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no
esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado, para
cambiar a Dios. Según denunció el padre jesuita Bourdaloue, «querríamos
convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho, cuando el
mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos. Decidámonos ahora. La
Semana Santa es la ocasión propicia. En la Cruz, Cristo tiende sus brazos a
todos. Nadie está excluido. Todo ladrón arrepentido tiene su lugar en el
paraíso. Eso sí, a condición de cambiar de vida y de reparar, como el del
Evangelio: «Nosotros, en verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho;
pero éste no hizo mal alguno» (Lc 23,41).
«Ahora ha sido
glorificado el Hijo del hombre
y Dios ha sido glorificado en Él»
+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué
(Manresa, Barcelona, España)
Hoy contemplamos a Jesús en la oscuridad de los días de la
pasión, oscuridad que concluirá cuando exclame: «Todo se ha cumplido» (Jn
19,30); a partir de ese momento se encenderá la luz de Pascua. En la noche
luminosa de Pascua —en contraposición con la noche oscura de la víspera de su
muerte— se harán realidad las palabras de Jesús: «Ahora el Hijo del hombre es
glorificado, y Dios es glorificado en Él» (Jn 13,31). Puede decirse que cada
paso de Jesús es un paso de muerte a Vida y tiene un carácter pascual,
manifestado en una actitud de obediencia total al Padre: «Aquí estoy para hacer
tu voluntad» (Heb 10,9), actitud que queda corroborada con palabras, gestos y
obras que abren el camino de su glorificación como Hijo de Dios.
Contemplamos también la figura de Judas, el apóstol traidor.
Judas mira de disimular la mala intención que guarda en su corazón; asimismo,
procura encubrir con hipocresía la avaricia que le domina y le ciega, a pesar
de tener tan cerca al que es la Luz del mundo. Pese a estar rodeado de Luz y de
desprendimiento ejemplar, para Judas «era de noche» (Jn 13,30): treinta monedas
de plata, “el excremento del diablo” —como califica Papini al dinero— lo
deslumbraron y amordazaron. Preso de avaricia, Judas traicionó y vendió a
Jesús, el más preciado de los hombres, el único que puede enriquecernos. Pero
Judas experimentó también la desesperación, ya que el dinero no lo es todo y
puede llegar a esclavizar.
Finalmente, consideramos a Pedro atenta y devotamente. Todo en
él es buena voluntad, amor, generosidad, naturalidad, nobleza... Es el
contrapunto de Judas. Es cierto que negó a Jesús, pero no lo hizo por mala
intención, sino por cobardía y debilidad humana. «Lo negó por tercera vez, y
mirándolo Jesucristo, inmediatamente lloró, y lloró amargamente» (San
Ambrosio). Pedro se arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de amor.
Por eso, Jesús lo reafirmó en la vocación y en la misión que le había
preparado.
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