Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Viernes III de Cuaresma
Texto
del Evangelio (Mc 12,28b-34): En aquel tiempo, uno de los maestros de la Ley se
acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor,
nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El
segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento
mayor que éstos».
Le
dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y
que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la
inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale
más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había
contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie
más se atrevía ya a hacerle preguntas.
«No
existe otro mandamiento mayor que éstos»
Rev. D. Pere MONTAGUT i Piquet
(Barcelona,
España)
Hoy,
la liturgia cuaresmal nos presenta el amor como la raíz más profunda de la
autocomunicación de Dios: «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar
alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina
de Siena). Dios es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado:
«Es en la cruz donde puede contemplarse esta verdad» (Benedicto XVI). Este
Evangelio no es sólo una autorrevelación de cómo Dios mismo —en su Hijo— quiere
ser amado. Con un mandamiento del Deuteronomio: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt
6,5) y otro del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús lleva a término
la plenitud de la Ley. Él ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios
verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de
Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo.
La
llamada de Jesús a la comunión y a la misión pide una participación en su misma
naturaleza, es una intimidad en la que hay que introducirse. Jesús no
reivindica nunca ser la meta de nuestra oración y amor. Da gracias al Padre y
vive continuamente en su presencia. El misterio de Cristo atrae hacia el amor a
Dios —invisible e inaccesible— mientras que, a la vez, es camino para
reconocer, verdad en el amor y vida para el hermano visible y presente. Lo más
valioso no son las ofrendas quemadas en el altar, sino Cristo que quema como
único sacrificio y ofrenda para que seamos en Él un solo altar, un solo amor.
Esta
unificación de conocimiento y de amor tejida por el Espíritu Santo permite que
Dios ame en nosotros y utilice todas nuestras capacidades, y a nosotros nos
concede poder amar como Cristo, con su mismo amor filial y fraterno. Lo que
Dios ha unido en el amor, el hombre no lo puede separar. Ésta es la grandeza de
quien se somete al Reino de Dios: el amor a uno mismo ya no es obstáculo sino
éxtasis para amar al único Dios y a una multitud de hermanos.
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