Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Hugo de Grenoble, Santo
Obispo, 1 de abril
Fuente: Archidiósesis de Madrid
Obispo
Martirologio Romano: En
Grenoble, en Burgundia, san Hugo, obispo, que se esforzó en la reforma de las
costumbres del clero y del pueblo, y siendo amante de la soledad, durante su
episcopado ofreció a san Bruno, maestro suyo en otro tiempo, y a sus
compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió cual primer abad, rigiendo
durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de caridad (1132).
Etimológicamente: Hugo = Aquel
de Inteligencia Clara, es de origen germano.
Fecha de canonización: 22 de
abril de 1134 por el Papa Inocencio II.
Breve Biografía
El obispo que nunca quiso serlo
y que se santificó siéndolo.
Nació en Valence, a orillas del
Isar, en el Delfinado, en el año 1053. Casi todo en su vida se sucede de forma
poco frecuente. Su padre Odilón, después de cumplir con sus obligaciones
patrias, se retiró con el consentimiento de su esposa a la Cartuja y al final
de sus días recibió de mano de su hijo los últimos sacramentos. Así que el hijo
fue educado en exclusiva por su madre.
Aún joven obtiene la prebenda
de un canonicato y su carrera eclesiástica se promete feliz por su amistad con
el legado del papa. Como es bueno y lo ven piadoso, lo hacen obispo a los
veintisiete años muy en contra de su voluntad por no considerarse con
cualidades para el oficio -y parece ser que tenía toda la razón-, pero una vez
consagrado ya no había remedio; siempre atribuyeron su negativa a una humildad
excesiva. Lo consagró obispo para Grenoble el papa Gregorio VII, en el año
1080, y costeó los gastos la condesa Matilde.
Al llegar a su diócesis se la
encuentra en un estado deprimente: impera la usura, se compran y venden los bienes
eclesiásticos (simonía), abundan los clérigos concubinarios, la moralidad de
los fieles está bajo mínimos con los ejemplos de los clérigos, y sólo hay
deudas por la mala administración del obispado. El escándalo entre todos es un
hecho. Hugo -entre llantos y rezos- quiere poner remedio a todo, pero ni las
penitencias, ni las visitas y exhortaciones a un pueblo rudo y grosero surten
efecto. Después de dos años todo sigue en desorden y desconcierto. Termina el
obispo por marcharse a la abadía de la Maison-Dieu en Clermont (Auvernia) y por
vestir el hábito de san Benito. Pero el papa le manda taxativamente volver a
tomar las riendas de su iglesia en Grenoble.
Con repugnancia obedece. Se
entrega a cumplir fielmente y con desagrado su sagrado ministerio. La salud no
le acompaña y las tentaciones más aviesas le atormentan por dentro. Inútil es
insistir a los papas que se suceden le liberen de sus obligaciones, nombren
otro obispo y acepten su dimisión. Erre que erre ha de seguir en el tajo de
obispo sacando adelante la parcela de la Iglesia que tiene bajo su pastoreo.
Vendió las mulas de su carro para ayudar a los pobres porque no había de dónde
sacar cuartos ni alimentos, visita la diócesis andando por los caminos, estuvo
presente en concilios y excomulgó al antipapa Anacleto; recibió al papa
Inocencio II -que tampoco quiso aceptar su renuncia- cuando huía del cismático
Pedro de Lyon y contribuyó a eliminar el cisma de Francia.
Ayudó a san Bruno y sus seis
compañeros a establecerse en la Cartuja que para él fue siempre remanso de paz
y un consuelo; frecuentemente la visita y pasa allí temporadas viviendo como el
más fraile de todos los frailes.
Como él fue fiel y Dios es
bueno, dio resultado su labor en Grenoble a la vuelta de más de medio siglo de
trabajo de obispo. Se reformaron los clérigos, las costumbres cambiaron, se
ordenaron los nobles y los pobres tuvieron hospital para los males del cuerpo y
sosiego de las almas. Al final de su vida, atormentado por tentaciones que le
llevaban a dudar de la Divina Providencia, aseguran que perdió la memoria hasta
el extremo de no reconocer a sus amigos, pero manteniendo lucidez para lo que
se refería al bien de las almas. Su vida fue ejemplar para todos, tanto que,
muerto el 1 de abril de 1132, fue canonizado solo a los dos años, en el
concilio que celebraba en Pisa el papa Inocencio.
No tuvo vocación de obispo
nunca, pero fue sincero, honrado en el trabajo, piadoso, y obediente. La fuerza
de Dios es así. Es modelo de obispos y de los más santos de todos los tiempos.
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