Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Lunes VII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio
(Mc 9,14-29): En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los
discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían
con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle.
Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le
respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y,
dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos,
rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran,
pero no han podido».
Él les responde:
«¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo
habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a
Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba
echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que
le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado
al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos,
compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es
posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo,
ayuda a mi poca fe!».
Viendo Jesús que se
agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y
mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió
dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta
el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la
mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban
en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les
dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración».
Comentario
del
Rev.
D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«¡Creo, ayuda a mi poca fe!»
Hoy contemplamos —¡una vez
más!— al Señor solicitado por la gente («corrieron a saludarle») y, a la vez,
Él solícito de la gente, sensible a sus necesidades. En primer lugar, cuando
sospecha que alguna cosa pasa, se interesa por el problema.
Interviene uno de los
protagonistas, esto es, el padre de un chico que está poseído por un espíritu
maligno: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y,
dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos,
rechinar de dientes y lo deja rígido» (Mc 9,17-18).
¡Es terrible el mal que
puede llegar a hacer el Diablo!, una criatura sin caridad. —Señor, ¡hemos de
rezar!: «Líbranos del mal». No se entiende cómo puede haber hoy día voces que
dicen que no existe el Diablo, u otros que le rinden algún tipo de culto... ¡Es
absurdo! Nosotros hemos de sacar una lección de todo ello: ¡no se puede jugar
con fuego!
«He dicho a tus discípulos
que lo expulsaran, pero no han podido» (Mc 9,18). Cuando escucha estas
palabras, Jesús recibe un disgusto. Se disgusta, sobre todo, por la falta de
fe... Y les falta fe porque han de rezar más: «Esta clase con nada puede ser
arrojada sino con la oración» (Mc 9,29).
La oración es el diálogo
“intimista” con Dios. Juan Pablo II ha afirmado que «la oración comporta
siempre una especie de escondimiento con Cristo en Dios. Sólo en semejante
“escondimiento” actúa el Espíritu Santo». En un ambiente íntimo de
escondimiento se practica la asiduidad amistosa con Jesús, a partir de la cual
se genera el incremento de confianza en Él, es decir, el aumento de la fe.
Pero esta fe, que mueve
montañas y expulsa espíritus malignos («¡Todo es posible para quien cree!») es,
sobre todo, un don de Dios. Nuestra oración, en todo caso, nos pone en
disposición para recibir el don. Pero este don hemos de suplicarlo: «¡Creo,
ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,24). ¡La respuesta de Cristo no se hará “rogar”!
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