Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico:
Viernes VIII del tiempo ordinario
Texto
del Evangelio (Mc 11,11-25): En aquel tiempo, después de que la gente lo había
aclamado, Jesús entró en Jerusalén, en el Templo. Y después de observar todo a
su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.
Al
día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una
higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no
encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que
nunca jamás coma nadie fruto de ti!». Y sus discípulos oían esto.
Llegan
a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y
a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los
puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas
por el Templo. Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: ‘Mi Casa será
llamada Casa de oración para todas las gentes?’.¡Pero vosotros la tenéis hecha
una cueva de bandidos!». Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los
escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la
gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer, salía fuera de la ciudad.
Al
pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro,
recordándolo, le dice: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca».
Jesús les respondió: «Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este
monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón sino que crea que
va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en
la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os
pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que
también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas».
«¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca».
Comentario por
Fra.
Agustí BOADAS Llavat OFM
(Barcelona,
España)
«Todo cuanto pidáis en la oración,
creed que ya lo habéis recibido»
Hoy,
fruto y petición son palabras clave en el Evangelio. El Señor se acerca a una
higuera y no encuentra allí frutos: sólo hojarasca, y reacciona maldiciéndola.
Según san Isidoro de Sevilla, “higo” y “fruto” tienen la misma raíz. Al día
siguiente, sorprendidos, los Apóstoles le dicen: «¡Rabbí, mira!, la higuera que
maldijiste está seca» (Mc 11,21). En respuesta, Jesucristo les habla de fe y de
oración: «Tened fe en Dios» (Mc 11,22).
Hay
gente que casi no reza, y, cuando lo hacen, es con vista a que Dios les
resuelva un problema tan complicado que ya no ven en él solución. Y lo
argumentan con las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Todo cuanto
pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis» (Mc
11,24). Tienen razón y es muy humano, comprensible y lícito que, ante los
problemas que nos superan, confiemos en Dios, en alguna fuerza superior a
nosotros.
Pero
hay que añadir que toda oración es “inútil” («vuestro Padre sabe lo que
necesitáis antes de pedírselo»: Mt 6,8), en la medida en que no tiene una utilidad
práctica directa, como —por ejemplo— encender una luz. No recibimos nada a
cambio de rezar, porque todo lo que recibimos de Dios es gracia sobre gracia.
Por
tanto, ¿no es necesario rezar? Al contrario: ya que ahora sabemos que no es
sino gracia, es entonces cuando la oración tiene más valor: porque es “inútil”
y es “gratuita”. Aun con todo, hay tres beneficios que nos da la oración de
petición: paz interior (encontrar al amigo Jesús y confiar en Dios relaja);
reflexionar sobre un problema, racionalizarlo, y saberlo plantear es ya tenerlo
medio solucionado; y, en tercer lugar, nos ayuda a discernir entre aquello que
es bueno y aquello que quizá por capricho queremos en nuestras intenciones de
la oración. Entonces, a posteriori, entendemos con los ojos de la fe lo que
dice Jesús: «Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo» (Jn 14,13)
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