Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
Día litúrgico: Domingo XI (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 7,36-8,3): Un fariseo le rogó que comiera
con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la
ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa
del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a
los pies de Él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con
los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el
perfume.
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: Si
éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está
tocando, pues es una pecadora. Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que
decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía
quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a
los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a
quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la
mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua
para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha
secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha
dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis
pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados,
porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».
Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales
empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?».
Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos,
proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los
Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y
enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios,
Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que
les servían con sus bienes.
Comentario por el
Fr. Eusebio MARTÍNEZ
(Brownsville, Texas, Estados Unidos)
«No me diste agua para los pies. (…) No me diste el beso. (…) No
ungiste mi cabeza con aceite»
Hoy, el Evangelio nos explica que aquel que encuentra a Jesús no
puede hacerlo con indiferencia. ¿Por qué el rabino lo invita a compartir su
comida para tratarlo luego con descortesía descuidando atenderlo con las
muestras de respeto y honor acostumbradas?
Lucas dibuja un agudo contraste entre el arrogante e incorrupto
fariseo, que sigue todas las normas pero carece de la sensibilidad de aplicar
las más elementales acciones de amabilidad hacia un huésped, y la mujer que
—teniendo una reputación de pecadora— recibe, en cambio, a Jesús con una
atención amorosa (cf. Lc 7,45-46). No hay duda que ella entiende la importancia
de esa amorosa atención al tiempo que el fariseo carece totalmente de esa
sensibilidad. Los Fariseos evitaban la compañía de los “pecadores públicos” y,
al hacerlo, descuidaban darles la ayuda que necesitaban para que encontrasen su
curación y su integridad.
Como humanos, es muy difícil amar de verdad y saber perdonar a
las personas, y caemos en la tentación de preocuparnos de las apariencias, para
adquirir así la reputación de una vida virtuosa, mientras continuamos
cultivando nuestra tendencia a juzgar y a no perdonar. Muchas de las
narraciones del Evangelio nos hablan de la actitud de los fariseos frente a los
publicanos. Si ahora quisiésemos describir lo que los fariseos harían si
viviesen en nuestra sociedad actual, podríamos ver, por ejemplo, que
ciertamente irían a Misa y la seguirían debidamente pero, en su camino de
vuelta a casa, no dudarían en criticar negativamente a los demás. Desde luego
es laudable asistir a Misa y observar las normas de la conducta cristiana, pero
toda esa cuidadosa observancia carece de valor si no va acompañada de un
genuino espíritu de amor y perdón.
Según Benedicto XVI, «el nuevo culto cristiano abarca todos los
aspectos de la vida, transfigurándola (...). La Eucaristía, al implicar la
realidad humana concreta del creyente, hace posible día a día la
transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo
de Dios».
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