Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio de
hoy
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Día
litúrgico: Jueves XIII del tiempo ordinario
Texto del
Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la
otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en
una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo,
tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas dijeron para
sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por
qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados
te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el
Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al
paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se
fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado
tal poder a los hombres.
«Levántate,
toma tu camilla y vete a tu casa»
Rev. D. Francesc NICOLAU i Pous
(Barcelona,
España)
Hoy
encontramos una de las muchas manifestaciones evangélicas de la bondad
misericordiosa del Señor. Todas ellas nos muestran aspectos ricos en detalles.
La compasión de Jesús misericordiosamente ejercida va desde la resurrección de
un muerto o la curación de la lepra, hasta perdonar a una mujer pecadora
pública, pasando por muchas otras curaciones de enfermedades y la aceptación de
pecadores arrepentidos. Esto último lo expresa también en parábolas, como la de
la oveja descarriada, la didracma perdida y el hijo pródigo.
El Evangelio
de hoy es una muestra de la misericordia del Salvador en dos aspectos al mismo
tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la del alma. Y puesto que el alma
es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está
arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice:
«¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2).
¿Por qué
comienza por ahí sin que se lo pidan? Está claro que lee sus pensamientos y sabe
que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que,
probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría
confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran
impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No
le importa que los maestros de la
Ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su
mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y
ahora lo quiere proclamar.
Y es que
quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de
Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante
ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice san Agustín, «es una gran miseria
el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde». Y en
este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del
perdón le devuelve la salud: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt
9,6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo.
Nuestra
confianza en Él se ha de afianzar. Pero sintámonos pecadores a fin de no
cerrarnos a la gracia.
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