Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Viernes XXXII del tiempo ordinario
Texto
del Evangelio (Lc 17,26-37): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del
hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé
en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo, como sucedió
en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían;
pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo
y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre
se manifieste.
»Aquel
día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a
recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos
de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la
pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo
lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una
será tomada y la otra dejada». Y le dijeron: «¿Dónde, Señor?». Él les
respondió: «Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres».
COMENTARIO 1
«Comían,
bebían, compraban, vendían, plantaban, construían»
Fr.
Austin NORRIS
(Mumbai,
India)
Hoy,
en el texto del Evangelio son remarcados el final de los tiempos y la incerteza
de la vida, no tanto para atemorizarnos, cuanto para tenernos bien precavidos y
atentos, preparados para el encuentro con nuestro Creador. La dimensión
sacrificial presente en el Evangelio se manifiesta en su Señor y Salvador
Jesucristo liderándonos con su ejemplo, en vista a estar siempre preparados
para buscar y cumplir la Voluntad de Dios. La vigilancia constante y la
preparación son el sello del discípulo vibrante. No podemos asemejarnos a la
gente que «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían» (Lc
17,28). Nosotros, discípulos, debemos estar preparados y vigilantes, no fuera
que termináramos por ser arrastrados hacia un letargo espiritual esclavo de la
obsesión —transmitida de una generación a la siguiente— por el progreso en la
vida presente, pensando que —después de todo— Jesús no regresará.
El
secularismo ha echado raíces profundas en nuestra sociedad. La embestida de la
innovación y la rápida disponibilidad de cosas y servicios personales nos hace
sentir autosuficientes y nos despoja de la presencia de Dios en nuestras vidas.
Sólo cuando una tragedia nos golpea despertamos de nuestro sueño para ver a
Dios en medio de nuestro “valle de lágrimas”... Incluso debiéramos estar
agradecidos por esos momentos trágicos, porque seguramente sirven para
robustecer nuestra fe.
En
tiempos recientes, los ataques contra los cristianos en diversas partes del
mundo, incluyendo mi propio país —la India— han sacudido nuestra fe. Pero el
Papa Francisco ha dicho: «Sin embargo, los cristianos están esperanzados
porque, en última instancia, Jesús hace una promesa que es garantía de
victoria: ‘Quien pierda su vida, la conservará’ (Lc 17,33)». Ésta es una verdad
en la que podemos confiar… El poderoso testimonio de nuestros hermanos y
hermanas que dan su vida por la fe y por Cristo no será en vano.
Así,
nosotros luchamos por avanzar en el viaje de nuestras vida en la sincera
esperanza de encontrar a nuestro Dios «el Día en que el Hijo del hombre se
manifieste» (Lc 17,30).
COMENTARIO 2
«Quien
intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará»
Rev. D. Enric PRAT i Jordana
(Sort,
Lleida, España)
Hoy,
en el contexto predominante de una cultura materialista, muchos actúan como en
tiempos de Noé: «Comían, bebían, tomaban mujer o marido» (Lc 17,27); o como los
coetáneos de Lot que «(…) compraban, vendían, plantaban, construían» (Lc
17,28). Con una visión tan miope, la aspiración suprema de muchos se reduce a
su propia vida física temporal y, en consecuencia, todo su esfuerzo se orienta
a conservar esa vida, a protegerla y enriquecerla.
En
el fragmento del Evangelio que estamos comentando, Jesús quiere salir al paso
de esta concepción fragmentaria de la vida que mutila al ser humano y lo lleva
a la frustración. Y lo hace mediante una sentencia seria y contundente, capaz
de remover las conciencias y de obligar al planteamiento de preguntas
fundamentales: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda,
la conservará» (Lc 17,33). Meditando sobre esta enseñanza de Jesucristo, dice
san Agustín: «¿Qué decir, pues? ¿Perecerán todos los que hacen estas cosas, es
decir, quienes se casan, plantan viñas y edifican? No ellos, sino quienes
presumen de esas cosas, quienes anteponen esas cosas a Dios, quienes están
dispuestos a ofender a Dios al instante por tales cosas».
De
hecho, ¿quién pierde la vida por haberla querido conservar sino aquel que ha
vivido exclusivamente en la carne, sin dejar aflorar el espíritu; o aún más,
aquel que vive ensimismado, ignorando por completo a los demás? Porque es
evidente que la vida en la carne se ha de perder necesariamente, y que la vida
en el espíritu, si no se comparte, se debilita.
Toda
vida, por ella misma, tiende naturalmente al crecimiento, a la exuberancia, a
la fructificación y la reproducción. Por el contrario, si se la secuestra y se
la recluye en el intento de poseerla codiciosa y exclusivamente, se marchita,
se esteriliza y muere. Por este motivo, todos los santos, tomando como modelo a
Jesús, que vivió intensamente para Dio
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