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sábado, 14 de noviembre de 2015

NO PERDAMOS EL OPTIMISMO ANTE EL FINAL

Blog Católico de Javier Olivares-Baiona

 NO PERDAMOS EL OPTIMISMO   Por Javier Leoz


“Deja que el tiempo ponga las cosas en su sitio y, el amanecer, la luz sobre la tierra”. Así reza un viejo pensamiento que, en este final del Año Litúrgico, nos viene bien para mirar hacia atrás y saber que, todo lo que se crea en nombre de Dios, no dejará de fructificar. Pasarán nuestros apellidos y nuestros nombres. Para la tierra quedarán en el olvido pero para la Iglesia (que cada día recuerda a vivos y difuntos en el altar) y para Dios (que siempre cumple sus promesas) estaremos llameando permanentemente porque, a su dictado, intentamos vivir y profesar la fe en Él en este mundo que tocamos con nuestras manos.

1.- Final del Año Litúrgico. Con el Evangelio en la mano estamos llamados a pensar que, el presente, es semilla de un futuro en Dios. Lo de menos es saber el cuándo y el cómo. Lo importante, a todas luces, es comprender que el Señor no defrauda. Que millones de hombres y de mujeres marcharon al otro lado de este paseo por el mundo con una convicción: “Cielo y tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”. Ello, entre otras cosas, nos motiva, nos ilusiona y nos coloca una y otra vez al borde del camino: se cumplirán las promesas del Señor. Ante ello sólo cabe como respuesta el optimismo, la constancia y el seguir apostando por un cosmos desde Dios. Sólo así podremos ver al Hijo del Hombre; hoy –en la realidad sufriente y contradictoria que nos sacude- y mañana en esa eternidad que nos augura la Palabra de Dios.

2.- Todo esfuerzo pastoral (en todo ámbito y con todas las personas comprometidas a su alrededor) están llamados a fructificar. No son fracaso aunque, aparentemente, no maduren a nuestros ojos. El broche de oro, el colofón a lo que somos, decimos y hacemos está en ese final de los tiempos: nuestros ojos verán a Dios. Entonces comprobaremos el valor escondido de toda pequeña o gran acción emprendida, mantenida y defendida en esta tierra que habitamos. Y es que, Dios, cosecha como quiere, cuando quiere y donde quiere.

3.- En este caminar, no estamos solos. Avanzamos guiados por la Palabra de Dios. Fortalecidos por la Eucaristía. Impresionados cuando, de lleno, nos ponemos frente a Dios por la oración. Animados al saber que, cientos de miles de hermanos nuestros, creen, celebran, expresan y viven lo mismo que nosotros estamos creyendo, celebrando, expresando y viviendo en esta Eucaristía: la fe en Jesús muerto y resucitado.

Eso sí, mientras nos encaminamos a ese momento, que Jesús nos indica en el Evangelio, lo último que podemos hacer es aguardar pasivamente y cómodamente sentados en la tierra. Un cristiano, y nosotros lo somos, hemos de vivir como nómadas. Haciendo del mundo que nos rodea una tienda más confortable, más habitable donde, además de Dios, puedan incorporarse –en nuestros esquemas, planteamientos, corazón, alma y vida- aquellas personas que, con un pequeño empujón, también podrían otear, vivir y preparar ese horizonte del que nosotros somos sabedores.

4.- A punto de iniciar el Adviento y, con él, el Año Santo de la Misericordia no olvidemos que una gran obra de Misericordia Corporal es “vestir al desnudo”. Nuestro mundo en estos momentos y en muchos lugares se encuentra totalmente despojado de valores espirituales. Parte de la gente que nos rodea se ha desposeído de una gran prenda que, durante siglos, ha sido el abrigo de la estructura de sus personas: la fe cristiana. Ojala seamos capaces, con motivo del Año de la Misericordia, de no olvidar a todos aquellos que –creyendo que están blindados y bien revestidos por el manto del mundo- tal vez necesitan que alguien les recuerde que cubiertos con la mano y de la mano del Señor las cosas se viven y se ven de otra manera.


 


5.- ¡VIVIRÉ CADA DÍA, SEÑOR!
Como si fuera el primero, y  a la vez,
el último de mi existencia.
Dándote gracias, por lo  mucho que me das,
y soportando, las pequeñas  cruces
que –grandes o diminutas-  caen sobre mi hombro
Sentiré cada día, Señor
tu fuerza que me empuja y me  levanta
tu poder que es más grande  que toda mi debilidad
tu presencia, que me  garantiza un futuro
tus promesas, que me animan  en mis ideales
Daré gracias a tu nombre,  Señor
porque, tu Palabra, me habla  de un final feliz
de cosecha abundante y rica
de premio merecido a quién  hizo buen combate
de una primavera eterna,  después de este invierno

¡VIVIRÉ  CADA DÍA, SEÑOR!
Como el vigilante que guarda  un gran tesoro
Como el vigilante que, ante  el horizonte,
grita una y otra vez:  ¡Tierra a la vista!
L a tierra de la Ciudad  Eterna
La tierra donde todo es  eterno
La tierra donde brilla Dios  en su plenitud
La tierra de la paz que no  conoce la guerra
La tierra donde habita Aquel  que se encarnó
La tierra donde todo es  familia y felicidad

¡VIVIRÉ  CADA DÍA, SEÑOR!
Sabiendo que, un día más, es  un día menos
Un día más en el mundo,
pero un día menos para estar  cerca de Ti
Un día más para hacer el  bien
y un día menos en el intento  de haber cambiado
Un día más para emplearme a  fondo
o un día menos para buscar  lo eterno

¡VIVIRÉ  CADA DÍA, SEÑOR!
Sabiendo que, al final, y  como buen final
me aguardas y me esperas Tú.
Amén.

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