Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio
de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Domingo IV
(C) de Cuaresma
Texto del Evangelio (Lc
15,1-3.11-32): En aquel tiempo,
viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para
oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los
pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «Un hombre tenía
dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la
hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después
el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su
hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un
hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se
ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a
apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían
los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero
de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo
y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.
»Estando él todavía
lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó
efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no
merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa
el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en
los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha
sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.
y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo,...
»Su hijo mayor
estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y
las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le
dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le
ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le
suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás
dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener
una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha
devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’
Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero
convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba
muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».
«Padre, pequé contra el cielo y ante ti»
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García
(La Fuliola, Lleida,
España)
Hoy, domingo Laetare
(“Alegraos”), cuarto de Cuaresma, escuchamos nuevamente este fragmento
entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica
inaudita de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios.
Siempre me he preguntado si
la mayoría de la gente entendía bien la expresión “el hijo pródigo” con la cual
se designa esta parábola. Yo creo que deberíamos rebautizarla con el nombre de
la parábola del “Padre prodigioso”.
Efectivamente, el Padre de
la parábola —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo perdido por el
pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo:
«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su
cuello y le besó efusivamente» (Lc 15,20). Jesús nos da a entender claramente
que todo hombre, incluso el más pecador, es para Dios una realidad muy
importante que no quiere perder de ninguna manera; y que Él siempre está
dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el punto de no
ahorrar la vida de su Hijo).
Este domingo tiene un matiz
de serena alegría y, por eso, es designado como el domingo “alegraos”, palabra
presente en la antífona de entrada de la Misa de hoy: «Festejad a Jerusalén,
gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría». Dios se ha
compadecido del hombre perdido y extraviado, y le ha manifestado en Jesucristo
—muerto y resucitado— su misericordia.
Juan Pablo II decía en su
encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia herida por
el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es
la medida de esta misericordia. Así entenderemos que la alegría más grande que
damos a Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra
miseria, nuestro pecado. A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al
sacramento de la penitencia, a la fuente de la divina misericordia: daremos a
Dios una gran alegría, quedaremos llenos de paz y seremos más misericordiosos
con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y volver al Padre que nos ama!
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