sábado, 26 de septiembre de 2015

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Blog Católico de Javier Olivares-Baiona

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


LECTURA DEL LIBRO DE LOS NÚMEROS 11, 25-29

En aquellos días el Señor bajó en la nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los sesenta ancianos; al posarse sobre ellos el espíritu se pusieron en seguida a profetizar. Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad; aunque estaban en la lista no habían acudido a la tienda, pero el espíritu se posó sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:
-- Edad y Medad están profetizando en el campamento.
Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
-- Moisés, señor mío, prohíbeselo.
Moisés le respondió:
-- ¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!

Palabra de Dios



EVANGELIO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9,38-43.45.47-48

En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:

-- Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.

Jesús respondió:

-- No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

Palabra del Señor


 


NO CERREMOS LOS OJOS
Por Javier Leoz

Si el domingo pasado el Señor nos invitaba a ser los primeros en servir, hoy a una con el Evangelio, intuimos dos indicaciones en nuestro caminar como cristianos:

-  Reconocer el bien (venga de donde venga y lo haga quien lo haga)

-  Huir de aquello que pueda herir sensibilidades

1 .Dios, nos lo recuerda el Vaticano II, no es un coto cerrado o un privilegio de unos pocos. Nosotros, y le damos gracias por ello, hemos tenido la suerte de conocerlo a través de la Iglesia; lo escuchamos y lo meditamos en la Palabra; lo saboreamos en la Eucaristía. ¡Cuántas veces no lo hemos sentido vivo y operante en diversos momentos, aquí, en esta gran familia que es nuestra iglesia universal!

Por cierto, al decir Iglesia Universal, estamos en consonancia, y damos un acorde perfecto, con el evangelio que acabamos de escuchar. El término universalidad define, perfectamente, lo que Jesús quiere y desea de nosotros: buscar más lo que nos une, que aquello que nos separa.

No creo que nos encontremos en esa cerrazón o suspicacia que el evangelio denuncia. La mayoría hemos sido educados en la tolerancia o en el respeto a los demás y, precisamente por ello, tal vez sufrimos más por el hecho de que hermanos nuestros no descubran que, la fuente de la bondad está en Dios, y no por el hecho en sí, de que hagan o dejen de hacer obras buenas.

No hay peligro de clasificación en bandos. Debiéramos de interrogarnos sobre el por qué no hay muchísima más gente dispuesta a hacer el bien; a pregonar y defender la justicia; a calmar los ánimos de un mundo que se debate y se desangra en guerras ideológicas o económicas.

Esa es la gran interpelación que, tal vez el evangelio de hoy, nos suscita: ¿Por qué no hacemos más, y a más gente, el bien? ¿Por qué no se orienta y se educa – desde la universidad o desde el colegio- al creyente y no creyente, al agnóstico o al ateo, a encauzar esfuerzos, medios y creatividad hacia el bienestar de los demás y no solamente hacia el propio?

2. No seamos ilusos. A menor vivencia religiosa existe un serio peligro de tibieza a la hora de ejercitar la solidaridad y la caridad. Lo cual, por supuesto, no significa que siempre –los de casa- lo forjemos todo santo y bueno y, los de fuera, todo mal.

--Hoy no podemos permanecer con los brazos cruzados ante la que nos está cayendo. Los cristianos masacrados especialmente en Irak y Siria, el drama de los refugiados que clama al cielo (y con los que no sabemos qué hacer y dónde colocarlos), la trata de personas (mujeres y niños) que el Papa Francisco ha pedido en Naciones Unidas que sea considerada “crimen contra la humanidad” y un largo etc…reclaman, como Cáritas nos recuerda en su mensaje de inicio de curso, un dejar huella a favor de la justicia allá por donde pasemos. .

--Hoy damos gracias al Señor por muchas cosas. Sobre todo (en el inicio de este nuevo curso pastoral) por el hecho de estar construyendo su Reino en la medida de nuestras posibilidades; unos lo harán desde la música, otros desde la catequesis o como sacerdotes, otros integrados en distintos movimientos eclesiales, algunos más apoyando el abundante campo social que la iglesia tiene y cuida, otros como animadores de la liturgia o en las diferentes tareas pastorales. ¡No caigamos en la tentación de pensar que “lo nuestro” es lo único válido ante los ojos de Dios, o la panacea ante los retos que nos plantea la nueva evangelización!

En definitiva, lo del evangelio de hoy, “quien no está en contra nosotros, está a favor nuestro”. Otro pelo nos luciría si, en vez de mirar lo que los demás hacen, hiciésemos un esfuerzo renovado y redoblado por vivir y enseñar aquellos caminos que conducen a la auténtica felicidad, al amor y a la alegría que produce el encuentro personal con Jesucristo. 




Ayúdame, Señor, a mirar con respeto

las cosas que existen a mí  alrededor
las iniciativas que, otras  personas, 
las crean con esfuerzo y valor

Ayúdame,  Señor, a mirar con agrado

a descubrir que, todo lo que  hago, es inspiración tuya
y, aquello que lo que los  demás promueven, puede ser signo de tu presencia.

Ayúdame,  Señor, a mirar con amor

a ir al fondo del tesoro más  valioso
a sentirme tan cerca de ti
que, todo, lo estime poco  comparado contigo.

Ayúdame,  Señor, a expulsar de mi interior

los espíritus inmundos que  me impiden 
vivir en paz conmigo mismo.
Ayúdame, Señor, 
a no  apropiarme de tu nombre exclusivamente
a dejar que, otros, puedan  descubrirte y
entrar por la gran puerta de  tu salvación
a reconocer que, otros, 
están en el camino del evangelio
por sus obras y palabras.

Ayúdame,  Señor, a no sentirme

 peor ni mejor que nadie
a disfrutar de mí amistad  contigo
a no poner etiquetas de  “estos son buenos”
 o “estos son malos”

Ayúdame,  Señor, a no encerrarme 

en mi pequeño mundo
a abrirme, sin miedo ni  complejos, 
a los que puedan
enseñarme tu recto camino

Ayúdame,  Señor, a no monopolizar 

mi trato contigo
a valorar otras vertientes  evangelizadoras que,
a mí, me puedan parecer estériles.

Ayúdame,  Señor, a descubrir en todas ellas

los signos de tu presencia  divina.
Ayúdame,  en definitiva, Señor,
a no considerar que, lo mío, 
es lo único que vale
y, aquello que los demás  realizan, 
es despreciable.

Ayúdame,  Señor.



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