Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio
de hoy
Evangelio de hoy
Master·evangeli.net
Día litúrgico: Viernes
XVIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 16,24-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a
sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien
pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar
el mundo entero, si arruina su vida? O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su
vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus
ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo os aseguro: entre
los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo
del hombre venir en su Reino».
Comentario del
Rev. D. Pedro
IGLESIAS Martínez
(Rubí, Barcelona,
España)
«Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame»
Hoy, el Evangelio nos sitúa claramente frente al mundo. Es
radical en su planteamiento, no admite medias tintas: «Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). En
numerosas ocasiones, frente al sufrimiento generado por nosotros mismos o por
otros, oímos: «Debemos soportar la cruz que Dios nos manda... Dios lo quiere
así...», y vamos acumulando sacrificios como cupones pegados en una cartilla,
que presentaremos en la auditoria celestial el día que nos toque rendir
cuentas.
El sufrimiento no tiene valor en sí mismo. Cristo no era un
estoico: tenía sed, hambre, cansancio, no le gustaba que le abandonaran, se
dejaba ayudar... Donde pudo alivió el dolor, físico y moral. ¿Qué pasa
entonces?
Antes de cargar con nuestra “cruz”, lo primero, es seguir a
Cristo. No se sufre y luego se sigue a Cristo... A Cristo se le sigue desde el
Amor, y es desde ahí desde donde se comprende el sacrificio, la negación
personal: «Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida
por mí, la encontrará» (Mt 16,25). Es el amor y la misericordia lo que conduce
al sacrificio. Todo amor verdadero engendra sacrificio de una u otra forma,
pero no todo sacrificio engendra amor. Dios no es sacrificio; Dios es Amor, y
sólo desde esta perspectiva cobra sentido el dolor, el cansancio y las cruces
de nuestra existencia tras el modelo de hombre que el Padre nos revela en
Cristo. San Agustín sentenció: «En aquello que se ama, o no se sufre, o el
mismo sufrimiento es amado».
En el devenir de nuestra vida, no busquemos un origen divino
para los sacrificios y las penurias: «¿Por qué Dios me manda esto?», sino que
tratemos de encontrar un “uso divino” para ello: «¿Cómo podré hacer de esto un
acto de fe y de amor?». Es desde esta posición como seguimos a Cristo y como —a
buen seguro— nos hacemos merecedores de la mirada misericordiosa del Padre. La
misma mirada con la que contemplaba a su Hijo en la Cruz.
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