Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Martes XVIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio
(Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a
los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla,
mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte
a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.
La barca se hallaba
ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el
viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos,
caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se
turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al
instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Pedro le
respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!»,
le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo
hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como
comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la
mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a
la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él
diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía,
llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le
reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron
todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y
cuantos la tocaron quedaron salvados.
«Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas»
Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio
de Sta. Mª de Poblet
(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)
Hoy no veremos a
Jesús durmiendo en la barca mientras ésta se hunde, ni calmando la tormenta con
una sola palabra increpatoria, suscitando así la admiración de los discípulos
(cf. Mt 8,22-23). Pero la acción de hoy no deja de ser menos desconcertante:
tanto para los primeros discípulos como para nosotros.
Jesús había
obligado a los discípulos a subir a la barca e ir hacia la otra orilla; había
despedido a todo el mundo después de haber saciado a la multitud hambrienta y
había permanecido Él sólo en la montaña, inmerso profundamente en la oración
(cf. Mt 14,22-23). Los discípulos, sin el Maestro, avanzan con dificultades.
Fue entonces cuando Jesús se acercó a la barca caminando sobre las aguas.
Como corresponde a
personas normales y sensatas, los discípulos se asustan al verle: los hombres
no suelen caminar sobre el agua y, por tanto, debían estar viendo un fantasma.
Pero se equivocaban: no se trataba de una ilusión, sino que tenían delante suyo
al mismo Señor, que les invitaba —como en tantas otras ocasiones— a no tener
miedo y a confiar en Él para desvelar en ellos la fe. Esta fe se exige, en
primer lugar, a Pedro, quien dijo: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú
sobre las aguas» (Mt 14,28). Con esta respuesta, Pedro mostró que la fe
consiste en la obediencia a la palabra de Cristo: no dijo «haz que camine sobre
las aguas», sino que quería seguir aquello que el mismo y único Señor le
mandara para poder creer en la veracidad de las palabras del Maestro.
Sus dudas le
hicieron tambalearse en la incipiente fe, pero condujeron a la confesión de los
otros discípulos, ahora con el Maestro presente: «Verdaderamente eres Hijo de
Dios» (Mt 14,33). «El grupo de aquellos que ya eran apóstoles, pero que todavía
no creen, porque vieron que las aguas jugaban bajo los pies del Señor y que en
el movimiento agitado de las olas los pasos del Señor eran seguros, (...)
creyeron que Jesús era el verdadero Hijo de Dios, confesándolo como tal» (San
Ambrosio).
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