Quiero
contarles a ustedes la historia de Piluca. Resulta que, en el colegio donde
yo fui muchos años capellán, había dos hermanitas -Piluca y Manoli- que
eran especialmente simpáticas y diablillos. Y un día, hablando a las
mayores (y a Piluca entre ellas) les expliqué como todos los que nos rodean
son imágenes de Dios y cómo debían tratar a sus padres, a sus hermanas,
como si tratasen a Dios. Y Piluca quedó impresionadísima.
Aquel día, al regresar del colegio, coincidió con su hermana pequeña en el
ascensor. Y, como Piluca iba cargadísima de libros, dijo a Manoli:
"Dale al botón del ascensor". "Dale tú", respondió la
pequeña. "Dale tú, que yo no puedo", insistió Piluca. "Pues
dale tú, que eres mayor", replicó Manoli. Y, entonces, Piluca sintió
unos deseos tremendos de soltar los libros y pegarle un mamporro a su
hermanita. Pero, como un relámpago, acudió a su cabeza un pensamiento.
¿Cómo la voy a pegar si mi hermanita es Dios? Y optó por callarse y por dar
como pudo al botón. Luego, jugando, se repitió la historia. Y comiendo. Y
por la noche. Y todas las veces que Piluca sentía deseos de estrangular a
su hermana, se los metía debajo de los tacones porque no estaba nada bien
estrangular a Dios.
A la mañana siguiente, cuando volvieron del colegio, veo yo a Piluca que
viene hacia mí, arrastrando por el uniforme a su hermana con las lágrimas
de genio en los ojos, y me grita: "Padre, explíquele a mi hermana que
también yo soy Dios, porque así no hay manera de vivir".
Comprenderéis que me reí muchísimo y que, después de tratar de explicar a
Manoli lo que Piluca me pedía, me quedé pensativo sobre un problema que me
han planteado muchas veces: ¿Ser buena persona es llevar siempre las de
perder? En un mundo en el que todos pisotean, si tú no lo haces ¿no estarás
llamado a ser un estropajo? ¿Hay que ladrar con los perros y morder con los
lobos? ¿Es "rentable" ser cordero?
Las preguntas se las traen. Y, en una primera respuesta, habría que decir
que ser bueno es una lata, que en este mundo "triunfan" los
listos, que es más rentable ser un buen pelota que un buen trabajador, que
para hacer millones hay que olvidarse de la moral y de la ética.
Pero, si uno piensa un poquito más, la cosa ya no es tan sencilla. ¿Es
seguro que ese tipo de "triunfos" son los realmente importantes?
Y no voy a hablar aquí del reino de los cielos. En ese campo yo estoy
seguro de que la bondad da un ciento por uno, rentabilidad que no da acción
alguna de este mundo.
Pero quiero hacer la pregunta más a nivel de tierra. Y aquí mi optimismo es
tan profundo que estoy dispuesto a apostar porque, más a la corta o más a
la larga, ser buena persona y querer a los demás acaba siendo
rentabilísimo.
Lo es, sobre todo, a nivel interior. Yo, al menos, me siento muchísimo más
a gusto cuando quiero que cuando soy frío. Sólo la satisfacción de haber
hecho aquello que debía me produce más gozo interior que todos los triunfos
de este mundo. Moriría pobre a cambio de morir queriendo. Pero es que,
incluso, creo que el amor produce amor. Con excepciones, claro.
¿Quién no conoce que el desagradecimiento es una de las plantas más
abundantes en este mundo de hombres? ¡Cuántas puñaladas recibimos de
aquellos a quienes más hemos amado! ¡Cuántas veces el amor acaba siendo
reconocido... pero tardísimo!
Esa es la razón por la que uno debe amar porque debe amar y no porque
espere la recompensa de otro amor. Eso llevaría a terribles desencantos.
Y, sin embargo, me atrevo a apostar a que quien ama a diez personas,
acabará recibiendo el amor de alguna de ellas. Tal vez no de muchas. Cristo
curó diez leprosos y sólo uno volvió a darle las gracias. Tal vez esa sea
la proporción correcta de lo que pasa en este mundo.
Pero aún así, ser querido por uno de los diez a quienes hemos querido, ¿no
es ya un éxito enorme? Por eso me parece que será bueno eso de amar a la
gente como si fuesen Dios, aunque la mitad nos traten después como
demonios.
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