Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Sábado XXVIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 12,8-12): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo: Por todo el que se
declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él
ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será
negado delante de los ángeles de Dios. A todo el que diga una palabra contra el
Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu
Santo, no se le perdonará.
»Cuando os lleven a las sinagogas,
ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os
defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo
momento lo que conviene decir».
Fr.
Alexis MANIRAGABA
(Ruhengeri,
Ruanda)
«El que se declare por mí ante los hombres,
también el Hijo del hombre se declarará por él»
Hoy,
el Señor despierta nuestra fe y esperanza en El. Jesús nos anticipa que
tendremos que comparecer ante el ejército celestial para ser examinados. Y
aquel que se haya pronunciado a favor de Jesús adhiriéndose a su misión
«también el Hijo del hombre se declarará por él» (Lc 12,8). Dicha confesión
pública se realiza en palabras, en actos y durante toda la vida.
Esta
interpelación a la confesión es todavía más necesaria y urgente en nuestros
tiempos, en los que hay gente que no quiere escuchar la voz de Dios ni seguir
su camino de vida. Sin embargo, la confesión de nuestra fe tendrá un fuerte
seguimiento. Por tanto, no seamos confesores ni por miedo de un castigo —que
será más severo para los apóstatas— ni por la abundante recompensa reservada a
los fieles. Nuestro testimonio es necesario y urgente para la vida del mundo, y
Dios mismo nos lo pide, tal como dijo san Juan Crisóstomo: «Dios no se contenta
con la fe interior; Él pide la confesión exterior y pública, y nos mueve así a
una confianza y a un amor más grandes».
Nuestra
confesión es sostenida por la fuerza y la garantía de su Espíritu que está
activo dentro de nosotros y que nos defiende. El reconocimiento de Jesucristo
ante sus ángeles es de vital importancia ya que este hecho nos permitirá verle
cara a cara, vivir con Él y ser inundados de su luz. A la vez, lo contrario no
será otra cosa que sufrir y perder la vida, quedar privado de la luz y
desposeído de todos los bienes. Pidamos, pues, la gracia de evitar toda
negación ni que sea por miedo al suplicio o por ignorancia; por las herejías,
por la fe estéril y por la falta de responsabilidad; o porque queramos evitar
el martirio. Seamos fuertes; ¡el Espíritu Santo está con nosotros! Y «con el
Espíritu Santo está siempre María (…) y Ella ha hecho posible la explosión
misionera producida en Pentecostés» (Papa Fran
+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas
(Barcelona,
España)
«El Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento
lo que conviene decir»
Hoy
resuenan otra vez las palabras de Jesús invitándonos a reconocerlo ante los
hombres. «Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo
del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios» (Lc 12,8). Estamos en
un tiempo en que en la vida pública se reivindica la laicidad, obligando a los
creyentes a manifestar su fe únicamente en el ámbito privado. Cuando un
cristiano, un presbítero, un obispo, el Papa..., dice alguna cosa públicamente,
aunque sea llena de sentido común, molesta, únicamente porque viene de quien
viene, como si nosotros no tuviésemos derecho —¡como todo el mundo!— a decir lo
que pensamos. Por más que les incomode, no podemos dejar de anunciar el
Evangelio. En todo caso, «el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento
lo que conviene decir» (Lc 12,12). Al respecto, san Cirilo de Jerusalén lo
remataba afirmando que «el Espíritu Santo, que habita en los que están bien
dispuestos, les inspira como doctor aquello que han de decir».
Los
ataques que nos hacen tienen una gravedad distinta, porque no es lo mismo decir
mal de un miembro de la
Iglesia (a veces con razón, por nuestras deficiencias), que
atacar a Jesucristo (si lo ven únicamente en su dimensión humana), o injuriar
al Espíritu Santo, ya sea blasfemando, ya sea negando la existencia y los
atributos de Dios.
Por
lo que se refiere al perdón de la injuria, incluso cuando el pecado es leve, es
necesaria una actitud previa que es el arrepentimiento. Si no hay
arrepentimiento, el perdón es inviable, el puente está roto por un lado. Por
esto, Jesús dice que hay pecados que ni Dios perdonará, si no hay por parte del
pecador la actitud humilde de reconocer su pecado (cf. Lc 12,10).
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