Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Domingo IV (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,1-12): En aquel tiempo, viendo Jesús la
muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y
tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los
mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y
sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan
por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos,
porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».
Comentario del
Rev. D. Pablo CASAS Aljama
(Sevilla, España)
«Bienaventurados
los pobres de espíritu...»
Hoy leemos este Evangelio tan conocido para todos nosotros, pero
siempre tan sorprendente. Con este fragmento de las bienaventuranzas, Jesús nos
ofrece un modelo de vida, unos valores, que según Él son los que nos pueden
hacer felices de verdad.
La felicidad, seguramente, es la meta principal que todos
buscamos en la vida. Y si preguntásemos a la gente cómo buscan ser felices, o
dónde buscan su propia felicidad, nos encontraríamos con respuestas muy
distintas. Algunos nos dirían que en una vida de familia bien fundamentada;
otros que en tener salud y trabajo; otros, que en gozar de la amistad y del
ocio..., y los más influidos quizá por esta sociedad tan consumista, nos dirían
que en tener dinero, en poder comprar el mayor número posible de cosas y, sobre
todo, en lograr ascender a niveles sociales más altos.
Estas bienaventuranzas que nos propone Jesús no son,
precisamente, las que nos ofrece nuestro mundo de hoy. El Señor nos dice que
serán «bienaventurados» los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los
que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de
corazón, los que buscan la paz, los perseguidos por causa de la justicia...
(cf. Mt 5,3-11).
Este mensaje del Señor es para los que quieren vivir unas
actitudes de desprendimiento, de humildad, de deseo de justicia, de
preocupación e interés por los problemas del prójimo, y todo lo demás lo dejan
en un segundo término.
¡Cuánto bien podemos hacer rezando, o practicando alguna
corrección fraterna, cuando nos critiquen por creer en Dios y por pertenecer a
la Iglesia! Nos lo dice claramente Jesús en su última bienaventuranza:
«Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa» (Mt 5,11).
San Basilio nos dice que «no se debe tener al rico por dichoso
sólo por sus riquezas; ni al poderoso por su autoridad y dignidad; ni al fuerte
por la salud de su cuerpo... Todas estas cosas son instrumentos de la virtud
para los que las usan rectamente; pero ellas, en sí mismas, no contienen la
felicidad».
http://evangeli.net/evangelio/manana
SER CRISTIANO NO ES
GUARDAR LA ESTÉTICA
Por Javier Leoz
1.- En los domingos pasados contemplábamos todavía las imágenes
de la Navidad; un niño que nacía en medio de pañales, adorado por pastores,
reverenciado por reyes y bautizado –como punto de salida- en el Jordán.
Los cristianos, cuando nos reunimos los domingos en el nombre
del Señor, es porque queremos conocer y llevar a la práctica el programa de
Jesús. No lo hacemos ni porque seamos buenos (tampoco tan malos) ni mucho menos
porque seamos santos (aunque Dios nos llama a la perfección). Miremos un poco
el círculo del cual se rodeó Jesús y, posiblemente, caeremos en la cuenta que
no precisamente fueron gente aparentemente extraordinaria y de una sensibilidad
espiritual exquisita. Eso sí, luego el trato con el Maestro, cambió y mucho las
cosas en ellos.
2.- El mensaje de las bienaventuranzas supone no quedarnos
delante del monitor de la fe absortos, perdidos en las escenas o como meros
espectadores en el patio de butacas en el que, muchas veces, se convierte los
bancos de nuestras iglesias. Cada domingo, al sintonizar con el programa de
Jesús, intentamos asumir unos valores que a las claras nos presenta en las
bienaventuranzas.
Ahora, cuando vemos cómo Jesús crece, que ya no llora, sino que
habla y se sienta enseñando como un Maestro comprendemos que esto va en serio.
Que la vida de un cristiano no queda reducida a un figurar como acompañantes de
Jesús (ni tan siquiera imitadores) sino conscientes de lo que dice y de los
efectos que produce el “pertenecer” a esa gran audiencia del programa de Jesús.
La estética, en el mundo de la fe, nunca puede estar por encima de la esencia,
el contenido o la identidad de un cristiano.
3 .La gran bienaventuranza que Jesús nos desea es precisamente
el ser felices siguiendo estos puntos que, en más de una ocasión, acarrean
incomprensión, crucifixión y soledad.
No resulta cómodo salir a la gran pantalla del mundo proponiendo
recetas que resultan incomprensibles, chocantes y amenazantes a una realidad
acostumbrada a la dureza y a la soberbia, a la violencia o a la apatía general.
Puede ser, que para más de uno, lo que para nosotros sea una
bienaventuranza sea todo lo contrario.
Por lo menos, y hoy más que nunca, intentaremos con la
“contraprogramación evangélica” ofrecer un poco de originalidad y de salvación
a muchas personas que lloran, sufren, son perseguidas por sus nobles ideas,
pregonan la paz según Dios o simplemente van en otra dirección muy distinta a
los que intentan programar la vida de los demás con el “todo vale y todo
cuela”.
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