Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
IV Domingo de Adviento
20 de diciembre de 2015
La homilía de Betania
INESPERADA NAVIDAD Por Javier Leoz
Inesperada la Navidad
porque, siempre, nos trae alguna que otra sorpresa. La Navidad es la visita de
un Dios que, por hacerse carne de nuestra carne, elige el camino de la
misericordia, para hacerse el encontradizo con el hombre, con el mundo y con
todas sus miserias.
Inesperada fue la visita de María a Isabel y,
para muchos, no esperadas estas jornadas que –cuando se esperan- se transforman
en misterio, música de Dios, sensaciones divinas y sobre todo en una
experiencia:
¡DIOS ESTÁ MUCHO MÁS CERCA DE LO QUE CREEMOS!.
1.- No esperaba Isabel,
la llegada de María. Quién sabe, si muchos hombres y mujeres, en la noche en la
que el Señor amanecerá en la tierra, no tendrán interés alguno ni en que
llegue, ni en saber el cómo ni porque llegó.
Santa Isabel, nos pregunta
¿Quién eres tú para que el Señor te visite? ¿Qué tiene de especial la tierra,
para que Dios se rebaje tanto? ¿Qué encuentra Dios en el hombre, para
humillarse de tal manera?
Tiene la necesidad de
recuperarlo. De compartir con él su gran amor; de brindar su ser Dios y Padre.
¡Bendita Tú entre las
mujeres! Fue el grito espontáneo de Isabel a María. Nosotros, en la antesala de
la Navidad, con el “niño de la fe” que se mueve en nuestras entrañas, también
hemos de piropear a la Virgen: ¡Bendita tú por siempre, María!
El encuentro de María con
Isabel no ha quedado catapultado en el espacio, ni en Ein Karem, ni por
supuesto en el tiempo. Hoy, aquí y ahora, María se encuentra con nosotros para
ayudarnos a descubrir el tesoro de la fe que, por lo que sea, puede estar oscurecido
o demasiado escondido.
Hoy, como entonces, María
se ha puesto en camino. Y, en este domingo IV de adviento, nos ayuda a
alegrarnos por lo que está por venir; por lo que está por pasar; por lo que,
Ella, ha sabido guardar y hacer crecer en las en los entresijos de Madre. Pero
¿cómo alegrar al mundo si, tal vez, nosotros hemos perdido la alegría del
acontecimiento por el Nacimiento del Salvador? Recuperemos no sólo la cuna o el
pesebre, recuperemos el contenido de la Navidad.
Si dos mujeres se
abrazaron y se fundieron en un mismo Dios ¡cómo no abrazarnos nosotros y
proclamar, con villancicos y con cantos, que el Señor es lo más grande que
tenemos! ¡Lo más magnánimo que nos puede ocurrir! ¡Lo más colosal que nos puede
pasar!
2.- En este IV Domingo de
Adviento, María se alegra, salta de gozo, irradia alegría, contagia amor de
madre porque se siente amada, poseída y….Madre de Dios. ¿Seremos capaces
nosotros de manifestar lo que el corazón siente respecto a Dios? ¿Sentimos algo
por El? ¿Sale, en voz nítida y franca, una loa sincera a María ¡bendita Tú
entre todas las mujeres!?
Estamos quemando el
último cartucho de este tiempo de adviento. ¡Ojala nuestra vida interior crezca
y se sensibilice, de tal manera en estos momentos, que el encuentro con María y
con Isabel, nos ponga en movimiento hacia Belén!
3.- En este Año de la
Misericordia, María, sale a nuestro encuentro para que –también nosotros-
salgamos de nuestras cuevas, de nuestras guaridas particulares y ofrezcamos
nuestro esfuerzo y nuestra ayuda para que, este mundo nuestro, sea un poco más
hermano, más pacífico y menos doliente. Ojala, alguien, nos pudiera decir:
“Dichoso tú…que has creído”. Sabemos que, esto, no se lleva. Que ser cristiano,
hoy más que nunca, es ser centro de críticas, silencios o incluso profanaciones
o irrespetuosidad. ¿Acaso lo tuvo fácil María? ¿E Isabel?
4.- Viene el Señor, y
aunque por lo inesperado que resultó su visita ante una realidad que le
aguardaba victorioso y potente, ojala nos sintamos privilegiados para vivir,
sentir y celebrar la Navidad como el mejor regalo de Dios a la humanidad. ¡Vaya
obra de misericordia se pegó el Creador! ¡Vaya obra! Nunca un Dios, estando tan
alto, se hizo tan bajo por alcanzarnos a todos. Salgamos con María al encuentro
de los demás.
Simplemente que somos
importantes para El. Que disfruta con nuestras travesuras y que, una vez más,
se desliza por el tobogán de la Navidad para que lo sepamos recoger con los
brazos de la fe.
Por Javier Leoz
.- ¿QUIÉN SOY YO?
Me miro y siento que soy
témpano de hielo.
¿Y quieres venir por mí?
Observo mis días y son
espinas levantadas
¿Y quieres nacer en mí?
Abro la casa de mi
corazón y la encuentro desordenada
¿Y quieres sentarte a mi
mesa?
Camino, lucho y busco de
todo y por todo, menos a Ti
Y ¿todavía quieres salir
a mi encuentro?
¿QUIÉN Y QUÉ SOY YO, SEÑOR?
Me levanto y siento que
vivo mejor sólo y sin Ti
¿Y pretendes aún ser mi
amigo, Señor?
Hablo y, en mis
conversaciones, escasamente hablo de Ti
¿Y aún insistes en
acercarte a mí?
Subo y bajo, disfruto y
canto, lloro y sueño
¿Y sabes que raras veces
lo hago por Ti?
¿QUIÉN Y QUÉ SOY YO, SEÑOR?
¿Qué tengo para que
desciendas por una sima desagradecida?
¿Quién soy para que, año
tras año, me recuerdes que me amas?
¿Qué soy para que, en la
Nochebuena, te empequeñezcas tanto?
No sé, lo que soy, Señor.
Pero, en esta
Navidad…ayúdame a descubrirlo
Enséñame el camino de la
fe auténtica…para poder adorarte
Guíame con la estrella de
los Magos….y pueda caer rostro en tierra
Sácame de mis pastos y
valles…..y pueda vivir tu nacimiento
QUÉ ¿QUÉ SOY, SEÑOR?
Algo bueno debo de tener
y, por eso mismo Jesús,
con Santa Isabel, digo y
grito: ¡Bendita la Madre de Dios!
Esa Madre que, aun
sabiendo de mi frialdad e indiferencia,
se digna visitarme para
caldear la morada de mi corazón
para abrir las compuertas
de mi conciencia
para ayudarme a descubrir
que,
Tú, eres el gran regalo de la Navidad.
Sólo sé, Señor, una cosa:
que me quieres… y que tu
amor me hace sentir algo insuperable:
que te debo de importar
mucho, cuando por mí, tanto haces.
Gracias, amigo y Señor.
Por Javier Leoz
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