Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Os invito a leer este artículo de Alfonso
Aguiló.
Pero os ruego
que lo hagáis despacio, porque los argumentos que usa son muy claros y conviene
tener ideas claras ante el confusionismo existente.
Como somos
muchos a la mesa, dicen, alguien tiene que sacrificarse. Y lo más fácil es
eliminar-descartar diría el Papa Francisco-a los que todavía no se han sentado
a ella, porque no tienen ni silla, ni un plato esperando en la mesa. Por eso estorban,
para que así podamos comer tranquilamente, sin que se nos moleste, ni los gritos
de los que pasan hambre, ni los de los no nacidos, porque también ya nos están
molestando hasta con sus “gritos silenciosos”. Franja.
Alfonso Aguiló
Una nueva
forma de acoso sexual
www.interrogantes.net
Libertad y
tolerancia en una sociedad plural:
el arte de
convivir
Alfonso
Aguiló
Si se supiera -sugiere de nuevo
Aréchaga-, que un alto cargo de la ONU presiona a una funcionaria para obtener
sus favores a cambio de un ascenso, inmediatamente sería destituido por acoso
sexual. Es curioso, en cambio, que si esos mismos altos cargos de la ONU
fuerzan a millones de mujeres y hombres a organizar su natalidad de acuerdo con
sus dictados, so pena de ahogarles financieramente, haya quienes los consideren
como unos benefactores de la humanidad.
Y es también curioso que, en una época
en la que la planificación centralizada de la economía ha caído en descrédito
frente a la iniciativa personal y el libre juego del mercado, algunos sigan
empeñados en meterse en las alcobas de millones de ciudadanos para decirles
cómo deben planificar la natalidad.
Por razones éticas de carácter
elemental, no pueden admitirse programas que someten a los matrimonios a
presiones degradantes para que recurran a la esterilización o a otros métodos
anticonceptivos.
No se puede estar de acuerdo con que
los pobres sean señalados con el dedo como si su propia existencia fuera la
causa, no el efecto, del deterioro social o económico de un país.
Es una hipocresía decir a esos pueblos
hambrientos que, para que no crezcan más, los países occidentales van a
limitarles su natalidad esterilizando a las personas, vendiéndoles
preservativos (fabricados por multinacionales que están haciendo a su costa
grandes negocios), o instalando clínicas abortistas (que de paso proporcionen
fetos con los que hacer cremas para la alta cosmética occidental).
Los que estén verdaderamente
preocupados por el bienestar de la población de los países pobres deberían
centrar su atención no en los simples números de la población, sino en las
instituciones -un gobierno y una política económica y educativa adecuadas- que
posibiliten a los ciudadanos ejercer sus potencialidades.
De todas formas, y a pesar de lo dicho,
no se trata de defender la procreación a toda costa: la transmisión de la vida
humana debe ejercitarse con un alto sentido de responsabilidad.
Hay que respetar el derecho de los
esposos a decidir el tamaño de la familia y a espaciar los nacimientos, sin
presión provenientes de la intolerancia de los gobiernos o de otras organizaciones.
—Pero la Iglesia católica, por ejemplo,
sostiene que hay que recibir los hijos que a cada uno "Dios le mande".
No debe entenderse esa afirmación de un
modo trivial. Lo que la Iglesia católica defiende es la paternidad responsable,
que en absoluto significa una procreación ilimitada o una falta de
consideración de lo que implica la crianza de los hijos. Se trata de que las
parejas usen de su inviolable libertad con sabiduría y responsabilidad,
teniendo en cuenta las realidades demográficas y sociales, así como su propia
situación y sus legítimos deseos, a la luz de la ley moral.
En materia de población, el Estado o
las organizaciones internacionales no pueden arrogarse responsabilidades que
corresponden a los esposos, ni usar de la extorsión, la coacción o la violencia
para hacer que los cónyuges se sometan a sus directrices en esta materia.
Por ejemplo, es un signo de
imperialismo detestable vincular la concesión de ayudas internacionales a
infamantes condiciones que afectan al control de la natalidad. Son los esposos
quienes han de decidir en conciencia sobre el número y espaciamiento de los
hijos.
-¿Y no es extraño que haya tanta
oposición en la actualidad contra esa doctrina de la Iglesia católica?
No es solo una cuestión de la Iglesia
católica, sino de todos aquellos que tienen aprecio por la libertad de los
esposos. No me extrañaría que un día no lejano se acaben por reconocer de modo
universal esas razones, en contra de las del colonialismo demográfico que
algunos están intentando imponer a los países pobres.
Ya ha sucedido algo parecido con el
marxismo, tan defendido durante largos años por legiones enteras de afamados
economistas e intelectuales occidentales. La Iglesia católica no dudó en
plantar cara a la doctrina de Marx, y aseguró siempre que sus tesis atentaban
contra la dignidad humana. Con el tiempo, el marxismo se ha venido abajo
estrepitosamente, y la resistencia ética de la Iglesia católica -hasta entonces
considerada arcaica por todos aquellos sesudos intelectuales- ha sido
confirmada por la aplastante fuerza de los hechos. Y no ha sido porque los
hombres de la Iglesia hubieran tenido una competencia científica superior (tampoco
eran tontos), sino porque
Juzgaban los comportamientos humanos
según principios de humanidad.
Sobre la explosión demográfica mundial
y sus peligros, son muchos los demógrafos que dicen hoy lo contrario de lo que
se afirmaba hace treinta años. Y son muchos los que denuncian que las posturas
del imperialismo antinatalista obedecen a mitos y prejuicios ideológicos que no
resisten un análisis científico medianamente serio
Sí a la vida.
Veremos a quien da el tiempo la razón.
Afortunadamente, a veces sucede que, en no mucho tiempo, se verifica con la
experiencia lo acertado de las conclusiones que se pueden sacar de la conciencia
moral.
Por eso muchas veces, en vez de fijarse en
la oposición de los que más gritan, es más ilustrativo prestar más atención a
los gritos del silencio, a los gritos de los que no pueden hablar porque, de un
modo u otro, no se les deja vivir.
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