domingo, 27 de octubre de 2013

El Fariseo y el Publicano en oración

Blog Católico de Javier Olivares-Baiona

El fariseo y el publicano en oración

Una sencilla homilía
-comentario del evangelio de este día- 
XXX domingo del tiempo ordinario


¿De qué podemos presumir a Dios?


Si Dios es la suma perfección y por tanto Él es el único verdaderamente santo ¿nosotros de qué podemos presumirle a Él? Además, Él “no se deja impresionar por las apariencias” (Sir. 35, 15). De ahí lo importante de que cada vez que nos acerquemos a Él lo hagamos con profunda humildad, como lo sugiere el Señor Jesús en el Evangelio, cuando presenta una parábola a propósito de los que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro publicano”. La oración del fariseo era: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros, tampoco soy como ese publicano” (Lc. 18, 9-12).

En verdad, ¡cuánto nos enferma la soberbia! Llena el corazón de sí mismo, por eso solo permite pensar y hablar en referencia del propio ser. Los soberbios “al no conocerse rectamente no se aman en verdad a sí mismos, sino que aman lo que creen que son” (S. Tomás de Aquino, S. T.). Cuando el corazón está saturado del propio yo, ahí no puede entrar Dios; por eso el fariseo que presenta el Evangelio, que fue solo a presumir de lo que hacía, no encontró la gracia de Dios.
 
Pero a la soberbia del fariseo, Jesús contrapone la humildad del publicano, que “se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador” (Lc. 18, 13-14). Más, al proceder con humildad, pudo encontrar la misericordia divina; pues como dice el libro del Eclesiástico: “La oración del humilde atraviesa la nubes” (35, 21).



¿Por qué negarle a Dios nuestra condición pecadora, si Él ve lo más profundo de nuestro corazón? Al contrario, como dice el Papa Francisco: "Pidamos hoy al Señor la gracia de sentirnos pecadores, pero verdaderamente pecadores, no pecadores difusos, sino pecadores por esto, esto y esto, concretos, con la concreción del pecado. Al confesar que somos pecadores no lo hacemos para recriminarnos o reprobarnos, sino para acercarnos con plena confianza a quien es toda misericordia y puede dar alivio a nuestro corazón. “No escapa a la mirada misericordiosa de Dios que los hombres somos criaturas con limitaciones, con flaquezas, con imperfecciones, inclinadas al pecado. Pero nos manda que luchemos, que reconozcamos nuestros defectos; no para acobardarnos, sino para arrepentirnos y fomentar el deseo de ser mejores” (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 159).

 
El fariseo salió reprobado. El publicano justificado

En agosto pasado, el director de la revista “La Civiltà Cattolica” entrevistó al Papa Francisco y entre los datos relevantes en dicha entrevista, sobresale la definición que el Papa da de sí mismo; le preguntan: “¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?”, a lo que él contestó: “Yo soy un pecador. Esa es la definición más exacta”. En realidad, el Papa ha repetido en diversas ocasiones: “La Iglesia está formada por pecadores”.

Sin el reconocimiento de nuestra condición necesitada, ¿cómo podríamos hacer nuestra la grandeza del amor de Dios? Dios vino a nuestro encuentro, en la persona de su Hijo Jesús, consciente de que somos una raza pecadora y en esa condición nos eligió para hacernos sus hijos amados.

Hay miles de imágenes del fariseo y del publicano

No olvidemos que el ejemplo más contundente de humildad es el mismo Cristo, quien tomó la condición de los pecadores, murió y resucitó por nosotros. Pero, una vez vencido el pecado, lo seguimos contemplando en lo alto de lo Cruz, donde ha puesto la sede del amor divino, a donde acudimos todos los pecadores a implorar misericordia. Una vez vencida la muerte, subió a lo más alto, a la derecha del Padre para aguardar un lugar a sus elegidos, quienes seguimos tejiendo una historia marcada por la compasión de Dios, pero también por las constantes caídas.
Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Supongo que habrás entendido perfectamente esta sencilla homilía y que la vas a compartir. Franja. 

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