Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
NO
PERDAMOS EL OPTIMISMO Por Javier Leoz
“Deja
que el tiempo ponga las cosas en su sitio y, el amanecer, la luz sobre la
tierra”. Así
reza un viejo pensamiento que, en este final del Año Litúrgico, nos viene bien
para mirar hacia atrás y saber que, todo lo que se crea en nombre de Dios, no
dejará de fructificar. Pasarán nuestros apellidos y nuestros nombres. Para la
tierra quedarán en el olvido pero para la Iglesia (que cada día recuerda a
vivos y difuntos en el altar) y para Dios (que siempre cumple sus promesas)
estaremos llameando permanentemente porque, a su dictado, intentamos vivir y
profesar la fe en Él en este mundo que tocamos con nuestras manos.
1.- Final del Año Litúrgico. Con el
Evangelio en la mano estamos llamados a pensar que, el presente, es semilla de
un futuro en Dios. Lo de menos es saber el cuándo y el cómo. Lo importante, a
todas luces, es comprender que el Señor no defrauda. Que millones de hombres y
de mujeres marcharon al otro lado de este paseo por el mundo con una
convicción: “Cielo y tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”. Ello, entre
otras cosas, nos motiva, nos ilusiona y nos coloca una y otra vez al borde del
camino: se cumplirán las promesas del Señor. Ante ello sólo cabe como respuesta
el optimismo, la constancia y el seguir apostando por un cosmos desde Dios.
Sólo así podremos ver al Hijo del Hombre; hoy –en la realidad sufriente y
contradictoria que nos sacude- y mañana en esa eternidad que nos augura la
Palabra de Dios.
2.- Todo esfuerzo pastoral (en todo
ámbito y con todas las personas comprometidas a su alrededor) están llamados a
fructificar. No son fracaso aunque, aparentemente, no maduren a nuestros ojos.
El broche de oro, el colofón a lo que somos, decimos y hacemos está en ese
final de los tiempos: nuestros ojos verán a Dios. Entonces comprobaremos el
valor escondido de toda pequeña o gran acción emprendida, mantenida y defendida
en esta tierra que habitamos. Y es que, Dios, cosecha como quiere, cuando
quiere y donde quiere.
3.- En este caminar, no estamos solos.
Avanzamos guiados por la Palabra de Dios. Fortalecidos por la Eucaristía.
Impresionados cuando, de lleno, nos ponemos frente a Dios por la oración.
Animados al saber que, cientos de miles de hermanos nuestros, creen, celebran,
expresan y viven lo mismo que nosotros estamos creyendo, celebrando, expresando
y viviendo en esta Eucaristía: la fe en Jesús muerto y resucitado.
Eso sí, mientras nos encaminamos a ese
momento, que Jesús nos indica en el Evangelio, lo último que podemos hacer es
aguardar pasivamente y cómodamente sentados en la tierra. Un cristiano, y
nosotros lo somos, hemos de vivir como nómadas. Haciendo del mundo que nos
rodea una tienda más confortable, más habitable donde, además de Dios, puedan incorporarse
–en nuestros esquemas, planteamientos, corazón, alma y vida- aquellas personas
que, con un pequeño empujón, también podrían otear, vivir y preparar ese
horizonte del que nosotros somos sabedores.
4.- A punto de iniciar el Adviento y,
con él, el Año Santo de la Misericordia no olvidemos que una gran obra de
Misericordia Corporal es “vestir al desnudo”. Nuestro mundo en estos momentos y
en muchos lugares se encuentra totalmente despojado de valores espirituales.
Parte de la gente que nos rodea se ha desposeído de una gran prenda que,
durante siglos, ha sido el abrigo de la estructura de sus personas: la fe
cristiana. Ojala seamos capaces, con motivo del Año de la Misericordia, de no
olvidar a todos aquellos que –creyendo que están blindados y bien revestidos
por el manto del mundo- tal vez necesitan que alguien les recuerde que
cubiertos con la mano y de la mano del Señor las cosas se viven y se ven de
otra manera.
5.- ¡VIVIRÉ CADA DÍA, SEÑOR!
Como
si fuera el primero, y a la vez,
el
último de mi existencia.
Dándote
gracias, por lo mucho que me das,
y
soportando, las pequeñas cruces
que
–grandes o diminutas- caen sobre mi
hombro
Sentiré
cada día, Señor
tu
fuerza que me empuja y me levanta
tu
poder que es más grande que toda mi
debilidad
tu
presencia, que me garantiza un futuro
tus
promesas, que me animan en mis ideales
Daré
gracias a tu nombre, Señor
porque,
tu Palabra, me habla de un final feliz
de
cosecha abundante y rica
de
premio merecido a quién hizo buen
combate
de
una primavera eterna, después de este
invierno
¡VIVIRÉ CADA DÍA, SEÑOR!
Como
el vigilante que guarda un gran tesoro
Como
el vigilante que, ante el horizonte,
grita
una y otra vez: ¡Tierra a la vista!
L
a tierra de la Ciudad Eterna
La
tierra donde todo es eterno
La
tierra donde brilla Dios en su plenitud
La
tierra de la paz que no conoce la guerra
La
tierra donde habita Aquel que se encarnó
La
tierra donde todo es familia y felicidad
¡VIVIRÉ CADA DÍA, SEÑOR!
Sabiendo
que, un día más, es un día menos
Un
día más en el mundo,
pero
un día menos para estar cerca de Ti
Un
día más para hacer el bien
y
un día menos en el intento de haber
cambiado
Un
día más para emplearme a fondo
o
un día menos para buscar lo eterno
¡VIVIRÉ CADA DÍA, SEÑOR!
Sabiendo
que, al final, y como buen final
me
aguardas y me esperas Tú.
Amén.
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