Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Miércoles II de Pascua
Texto del Evangelio (Jn 3,16-21): En
aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no
cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal
aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero
el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras
están hechas según Dios».
«Vino la luz al mundo»
Fr.
Damien LIN Yuanheng
(Singapore,
Singapur)
Hoy, ante la miríada de opiniones que
plantea la vida moderna, puede parecer que la verdad ya no existe —la verdad
acerca de Dios, la verdad sobre los temas relativos al género humano, la verdad
sobre el matrimonio, las verdades morales y, en última instancia, la verdad
sobre mí mismo.
El pasaje del Evangelio de hoy
identifica a Jesucristo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Sin
Jesús sólo encontramos desolación, falsedad y muerte. Sólo hay un camino, y
sólo uno que lleve al Cielo,que se llama Jesucristo.
Cristo no es una opinión más.
Jesucristo es la auténtica Verdad. Negar la verdad es como insistir en cerrar
los ojos ante la luz del Sol. Tanto si le gusta como si no, el Sol siempre
estará ahí; pero el infeliz ha escogido libremente cerrar sus ojos ante el Sol
de la verdad. De igual forma, muchos se consumen en sus carreras con una
tremenda fuerza de voluntad y exigen emplear todo su potencial, olvidando que
tan solo pueden alcanzar la verdad acerca de sí mismos caminando junto a
Jesucristo.
Por otra parte, según Benedicto XVI,
«cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre
él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su
verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32)» (Encíclica
"Caritas in Veritate"). La verdad de cada uno es una llamada a
convertirse en el hijo o la hija de Dios en la Casa Celestial: «Porque ésta es
la voluntad de Dios: tu santificación» (1Tes 4,3). Dios quiere hijos e hijas
libres, no esclavos.
En realidad, el “yo” perfecto es un
proyecto común entre Dios y yo. Cuando buscamos la santidad, empezamos a
reflejar la verdad de Dios en nuestras vidas. El Papa lo dijo de una forma
hermosísima: «Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios»
(Exhortación apostólica "Verbum Domini").
«Tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único,
para que todo el que crea en Él no perezca,
sino que tenga vida
eterna»
Rev.
D. Manel VALLS i Serra
(Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos vuelve a invitar
a recorrer el camino del apóstol Tomás, que va de la duda a la fe. Nosotros,
como Tomás, nos presentamos ante el Señor con nuestras dudas, pero Él viene
igualmente a buscarnos: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
La mañana del día de Pascua, en la
primera aparición, Tomás no estaba. «Pasados ocho días», no obstante su rechazo
a creer, Tomás se une a los otros discípulos. La indicación está clara: lejos
de la comunidad no se conserva la fe. Lejos de los hermanos, la fe no crece, no
madura. En la Eucaristía de cada domingo reconocemos su Presencia. Si Tomás
muestra la honestidad de su duda es porque el Señor no le concedió inicialmente
lo que sí tuvo María Magdalena: no sólo escuchar y ver al Señor, sino tocarlo
con sus propias manos. Cristo viene a nuestro encuentro, sobre todo, cuando nos
reencontramos con los hermanos y cuando con ellos celebramos la fracción del
Pan, es decir, la Eucaristía. Entonces nos invita a “meter la mano en su
costado”, es decir, a penetrar en el misterio insondable de su vida.
El paso de la incredulidad a la fe
tiene sus etapas. Nuestra conversión a Jesucristo —el paso de la oscuridad a la
luz— es un proceso personal, pero necesitamos de la comunidad. En los pasados
días de Semana Santa, todos nos sentimos urgidos a seguir a Jesús en su camino
hacia la Cruz. Ahora, en pleno tiempo pascual, la Iglesia nos invita a entrar
con Él a la vida nueva, con obras hechas según la luz de Dios (cf. Jn 3,21).
También nosotros hemos de sentir hoy
personalmente la invitación de Jesús a Tomás: «No seas incrédulo, sino fiel»
(Jn 20,27). Nos va la vida en ello, ya que «el que cree en Él, no es juzgado»
(Jn 3,18), sino que va a la luz.
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