Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Miércoles III de Pascua
Texto del Evangelio
(Jn 6,35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la
vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca
sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el
Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del
cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y
esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me
ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi
Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le
resucite el último día».
«El que venga a mí,
no tendrá hambre»
Fr. Gavan JENNINGS
(Dublín, Irlanda)
Hoy vemos cuánto le preocupan a Dios nuestro hambre y nuestra
sed. ¿Cómo podríamos continuar pensando que Dios es indiferente ante nuestros
sufrimientos? Más aún, demasiado frecuentemente "rehusamos creer" en
el amor tierno que Dios tiene por cada uno de nosotros. Escondiéndose a Sí
mismo en la Eucaristía, Dios muestra la increíble distancia que Él está
dispuesto a recorrer para saciar nuestra sed y nuestro hambre.
Pero, ¿de qué "sed" y qué "hambre" se trata?
En definitiva, son el hambre y la sed de la "vida eterna". El hambre
y la sed físicas son sólo un pálido reflejo de un profundo deseo que cada
hombre tiene ante la vida divina que solamente Cristo puede alcanzarnos. «Ésta
es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga
vida eterna» (Jn 6,39). ¿Y qué debemos hacer para obtener esta vida eterna tan
deseada? ¿Algún hecho heroico o sobre-humano? ¡No!, es algo mucho más simple.
Por eso, Jesús dice: «Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6,37). Nosotros
sólo tenemos que acudir a Él, ir a Él.
Estas palabras de Cristo nos estimulan a acercarnos a Él cada
día en la Misa. ¡Es la cosa más sencilla en el mundo!: simplemente, asistir a
la Misa; rezar y entonces recibir su Cuerpo. Cuando lo hacemos, no solamente
poseemos esta nueva vida, sino que además la irradiamos sobre otros. El Papa
Francisco, el entonces Cardenal Bergoglio, en una homilía del Corpus Christi,
dijo: «Así como es lindo después de comulgar, pensar nuestra vida como una Misa
prolongada en la que llevamos el fruto de la presencia del Señor al mundo de la
familia, del barrio, del estudio y del trabajo, así también nos hace bien
pensar nuestra vida cotidiana como preparación para la Eucaristía, en la que el
Señor toma todo lo nuestro y lo ofrece al Padre».
«Esta es la voluntad
de mi Padre:
que todo el que vea
al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, Jesús se presenta como el pan de vida. A primera vista,
causa curiosidad y perplejidad la definición que da de sí mismo; pero, cuando
profundizamos, nos damos cuenta de que en estas palabras se manifiesta el
sentido de su misión: salvar al hombre y darle vida. «Ésta es la voluntad del
que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite
el último día» (Jn 6,39). Por esta razón y para perpetuar su acción salvadora y
su presencia entre nosotros, Jesucristo se ha hecho para nosotros alimento de
vida.
Dios hace posible que creamos en Jesucristo y nos acerquemos a
Él: «Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré
fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad
del que me ha enviado» (Jn 6,37-38). Acerquémonos, pues, con fe a Aquel que ha
querido ser nuestro alimento, nuestra luz y nuestra vida, ya que «la fe es el
principio de la verdadera vida», como afirma san Ignacio de Antioquía.
Jesucristo nos invita a seguirlo, a alimentarnos de Él, dado que
esto es lo que significa verlo y creer en Él, y a la vez nos enseña a realizar
la voluntad del Padre, tal como Él la lleva a cabo. Al enseñar a los discípulos
la oración de los hijos de Dios, el Padrenuestro, colocó seguidas estas dos
peticiones: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy
nuestro pan de cada día». Este pan no sólo se refiere al alimento material,
sino a sí mismo, alimento de vida eterna, con quien debemos permanecer unidos
día tras día con la cohesión profunda que nos da el Espíritu Santo.
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