Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
LECTURA
DEL LIBRO DE LOS NÚMEROS 11, 25-29
En aquellos días el Señor bajó en la nube,
habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los
sesenta ancianos; al posarse sobre ellos el espíritu se pusieron en seguida a
profetizar. Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y
Medad; aunque estaban en la lista no habían acudido a la tienda, pero el
espíritu se posó sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento. Un
muchacho corrió a contárselo a Moisés:
-- Edad y Medad están profetizando en el
campamento.
Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde
joven, intervino:
-- Moisés, señor mío, prohíbeselo.
Moisés le respondió:
-- ¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo
del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!
Palabra de Dios
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS
9,38-43.45.47-48
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
-- Maestro, hemos visto a uno que echaba
demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los
nuestros.
Jesús respondió:
-- No se lo impidáis, porque uno que hace
milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra
nosotros está a favor nuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua,
porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que
escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le
encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te
hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos
manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo:
más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y
si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios
que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego
no se apaga.
Palabra del Señor
NO CERREMOS LOS OJOS
Por
Javier Leoz
Si el domingo pasado el Señor nos invitaba a
ser los primeros en servir, hoy a una con el Evangelio, intuimos dos
indicaciones en nuestro caminar como cristianos:
-
Reconocer el bien (venga de donde venga y lo haga quien lo haga)
- Huir
de aquello que pueda herir sensibilidades
1 .Dios, nos lo recuerda el Vaticano II, no
es un coto cerrado o un privilegio de unos pocos. Nosotros, y le damos gracias
por ello, hemos tenido la suerte de conocerlo a través de la Iglesia; lo
escuchamos y lo meditamos en la Palabra; lo saboreamos en la Eucaristía.
¡Cuántas veces no lo hemos sentido vivo y operante en diversos momentos, aquí,
en esta gran familia que es nuestra iglesia universal!
Por cierto, al decir Iglesia Universal,
estamos en consonancia, y damos un acorde perfecto, con el evangelio que
acabamos de escuchar. El término universalidad define, perfectamente, lo que
Jesús quiere y desea de nosotros: buscar más lo que nos une, que aquello que
nos separa.
No creo que nos encontremos en esa cerrazón o
suspicacia que el evangelio denuncia. La mayoría hemos sido educados en la
tolerancia o en el respeto a los demás y, precisamente por ello, tal vez sufrimos
más por el hecho de que hermanos nuestros no descubran que, la fuente de la
bondad está en Dios, y no por el hecho en sí, de que hagan o dejen de hacer
obras buenas.
No hay peligro de clasificación en bandos.
Debiéramos de interrogarnos sobre el por qué no hay muchísima más gente
dispuesta a hacer el bien; a pregonar y defender la justicia; a calmar los
ánimos de un mundo que se debate y se desangra en guerras ideológicas o
económicas.
Esa es la gran interpelación que, tal vez el
evangelio de hoy, nos suscita: ¿Por qué no hacemos más, y a más gente, el bien?
¿Por qué no se orienta y se educa – desde la universidad o desde el colegio- al
creyente y no creyente, al agnóstico o al ateo, a encauzar esfuerzos, medios y
creatividad hacia el bienestar de los demás y no solamente hacia el propio?
2. No seamos ilusos. A menor vivencia
religiosa existe un serio peligro de tibieza a la hora de ejercitar la
solidaridad y la caridad. Lo cual, por supuesto, no significa que siempre –los
de casa- lo forjemos todo santo y bueno y, los de fuera, todo mal.
--Hoy no podemos permanecer con los brazos
cruzados ante la que nos está cayendo. Los cristianos masacrados especialmente
en Irak y Siria, el drama de los refugiados que clama al cielo (y con los que
no sabemos qué hacer y dónde colocarlos), la trata de personas (mujeres y
niños) que el Papa Francisco ha pedido en Naciones Unidas que sea considerada
“crimen contra la humanidad” y un largo etc…reclaman, como Cáritas nos recuerda
en su mensaje de inicio de curso, un dejar huella a favor de la justicia allá
por donde pasemos. .
--Hoy damos gracias al Señor por muchas
cosas. Sobre todo (en el inicio de este nuevo curso pastoral) por el hecho de
estar construyendo su Reino en la medida de nuestras posibilidades; unos lo
harán desde la música, otros desde la catequesis o como sacerdotes, otros
integrados en distintos movimientos eclesiales, algunos más apoyando el
abundante campo social que la iglesia tiene y cuida, otros como animadores de
la liturgia o en las diferentes tareas pastorales. ¡No caigamos en la tentación
de pensar que “lo nuestro” es lo único válido ante los ojos de Dios, o la
panacea ante los retos que nos plantea la nueva evangelización!
En definitiva, lo del evangelio de hoy,
“quien no está en contra nosotros, está a favor nuestro”. Otro pelo nos luciría
si, en vez de mirar lo que los demás hacen, hiciésemos un esfuerzo renovado y
redoblado por vivir y enseñar aquellos caminos que conducen a la auténtica
felicidad, al amor y a la alegría que produce el encuentro personal con
Jesucristo.
Ayúdame, Señor, a mirar con respeto
las
cosas que existen a mí alrededor
las
iniciativas que, otras personas,
las
crean con esfuerzo y valor
Ayúdame, Señor, a mirar con agrado
a
descubrir que, todo lo que hago, es
inspiración tuya
y,
aquello que lo que los demás promueven,
puede ser signo de tu presencia.
Ayúdame, Señor, a mirar con amor
a
ir al fondo del tesoro más valioso
a
sentirme tan cerca de ti
que,
todo, lo estime poco comparado contigo.
Ayúdame, Señor, a expulsar de mi interior
los
espíritus inmundos que me impiden
vivir
en paz conmigo mismo.
Ayúdame,
Señor,
a no apropiarme de tu nombre
exclusivamente
a
dejar que, otros, puedan descubrirte y
entrar
por la gran puerta de tu salvación
a
reconocer que, otros,
están en el camino
del evangelio
por
sus obras y palabras.
Ayúdame, Señor, a no sentirme
peor ni mejor que nadie
a
disfrutar de mí amistad contigo
a
no poner etiquetas de “estos son buenos”
o “estos son malos”
Ayúdame, Señor, a no encerrarme
en mi pequeño mundo
a
abrirme, sin miedo ni complejos,
a los
que puedan
enseñarme
tu recto camino
Ayúdame, Señor, a no monopolizar
mi trato contigo
a
valorar otras vertientes evangelizadoras
que,
a
mí, me puedan parecer estériles.
Ayúdame, Señor, a descubrir en todas ellas
los
signos de tu presencia divina.
Ayúdame, en definitiva, Señor,
a
no considerar que, lo mío,
es lo único
que vale
y,
aquello que los demás realizan,
es
despreciable.
Ayúdame, Señor.
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