Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio
de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Martes XI
del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo:
‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros
enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e
injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No
hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros
hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?
Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».
Comentario por el
Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu
(Rubí, Barcelona, España)
«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»
Hoy, Cristo nos invita a
amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que
hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt
5,45). Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día,
«para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5,45). ¿Dónde encontramos
el rostro de Cristo? En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil
compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o
de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa?
¿y nuestros compañeros de trabajo? ¿y aquella parienta lejana que está sola y
que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos?
¿cómo los amamos? ¿qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?
Es muy fácil amar a quien
nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os
aman, ¿qué recompensa vais a tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar
aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el
afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El
cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar
un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor,
muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una
queja, ni un mal gesto...
Amar sin esperar nada a
cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección
es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del
mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada
momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná
de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le
pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo
descubrir en las necesidades de los otros.
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