Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Martes XIII del tiempo ordinario
Santoral
28 de Junio: San Ireneo de Lyon, obispo y mártir
Texto del
Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo,
Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en
el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero
Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor,
sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca
fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran
bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta
los vientos y el mar le obedecen?».
«Entonces se levantó,
increpó a los vientos y al mar,
y sobrevino una gran bonanza»
Comentario por
Fray Lluc
TORCAL
Monje del
Monasterio de Sta. Mª de Poblet
(Santa
Maria de Poblet, Tarragona, España)
Hoy,
Martes XIII del tiempo ordinario, la liturgia nos ofrece uno de los fragmentos
más impresionantes de la vida pública del Señor. La escena presenta una gran
vivacidad, contrastando radicalmente la actitud de los discípulos y la de
Jesús. Podemos imaginarnos la agitación que reinó sobre la barca cuando «de
pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba
tapada por las olas» (Mt 8,24), pero una agitación que no fue suficiente para
despertar a Jesús, que dormía. ¡Tuvieron que ser los discípulos quienes en su
desesperación despertaran al Maestro!: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mt
8,25).
El
evangelista se sirve de todo este dramatismo para revelarnos el auténtico ser
de Jesús. La tormenta no había perdido su furia y los discípulos continuaban
llenos de agitación cuando el Señor, simplemente y tranquilamente, «se levantó,
increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza» (Mt 8,26). De la
Palabra increpatoria de Jesús siguió la calma, calma que no iba destinada sólo
a realizarse en el agua agitada del cielo y del mar: la Palabra de Jesús se
dirigía sobre todo a calmar los corazones temerosos de sus discípulos. «¿Por
qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» (Mt 8,26).
Los
discípulos pasaron de la turbación y del miedo a la admiración propia de aquel
que acaba de asistir a algo impensable hasta entonces. La sorpresa, la
admiración, la maravilla de un cambio tan drástico en la situación que vivían
despertó en ellos una pregunta central: «¿Quién es éste, que hasta los vientos
y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). ¿Quién es el que puede calmar las tormentas
del cielo y de la tierra y, a la vez, las de los corazones de los hombres? Sólo
quien «durmiendo como hombre en la barca, puede dar órdenes a los vientos y al
mar como Dios» (Nicetas de Remesiana).
Cuando
pensamos que la tierra se nos hunde, no olvidemos que nuestro Salvador es Dios
mismo hecho hombre, el cual se nos acerca por la fe.
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