Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio
de hoy
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Evangelio de hoy
Día litúrgico: Miércoles
XI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt
6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto,
cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por
los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando
hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu
limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
»Y cuando oréis, no seáis
como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de
las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que
ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y,
después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
»Cuando ayunéis, no
pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los
hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en
cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno
sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto;
y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
Comentario por el
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Cuidad de no practicar
vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»
Hoy, Jesús nos invita a
obrar para la gloria de Dios, con el fin de agradar al Padre, que para eso
mismo hemos sido creados. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia: «Dios creó
todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para
ofrecerle toda la creación». Éste es el sentido de nuestra vida y nuestro
honor: agradar al Padre, complacer a Dios. Éste es el testimonio que Cristo nos
dejó. Ojalá que el Padre celestial pueda dar de cada uno de nosotros el mismo
testimonio que dio de su Hijo en el momento de su bautizo: «Éste es mi Hijo
amado en quien me he complacido» (Mt 3,17).
La falta de rectitud de
intención sería especialmente grave y ridícula si se produjera en acciones como
son la oración, el ayuno y la limosna, ya que se trata de actos de piedad y de
caridad, es decir, actos que —per se— son propios de la virtud de la religión o
actos que se realizan por amor a Dios.
Por tanto, «cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1). ¿Cómo
podríamos agradar a Dios si lo que procuramos de entrada es que nos vean y
quedar bien —lo primero de todo— delante de los hombres? No es que tengamos que
escondernos de los hombres para que no nos vean, sino que se trata de dirigir
nuestras buenas obras directamente y en primer lugar a Dios. No importa ni es
malo que nos vean los otros: todo lo contrario, pues podemos edificarlos con el
testimonio coherente de nuestra acción.
Pero lo que sí importa
—¡y mucho!— es que nosotros veamos a Dios tras nuestras actuaciones. Y, por
tanto, debemos «examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que
hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor» (San
Gregorio Magno).
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