Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el
Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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“Santiago el Mayor” Pedro Pablo Rubens
Día litúrgico: 25 de
Julio: Santiago apóstol, patrón de España
Texto del Evangelio (Mt 20,20-28): En aquel tiempo, se acercó a
Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para
pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos
hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino».
Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a
beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero
sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es
para quienes está preparado por mi Padre».
Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos.
Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan
como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser
así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros,
será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será
vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
«¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?»
Mons. Octavio RUIZ Arenas Secretario del Pontificio Consejo para
la promoción de la Nueva Evangelización
(Città del Vaticano, Vaticano)
Hoy, el episodio que nos narra este fragmento del Evangelio nos
pone frente a una situación que ocurre con mucha frecuencia en las distintas
comunidades cristianas. En efecto, Juan y Santiago han sido muy generosos al
abandonar su casa y sus redes para seguir a Jesús. Han escuchado que el Señor
anuncia un Reino y que ofrece la vida eterna, pero no logran entender todavía
la nueva dimensión que presenta el Señor y, por ello, su madre va a pedir algo
bueno, pero que se queda en las simples aspiraciones humanas: «Manda que estos
dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino»
(Mt 20,21).
De igual manera, nosotros escuchamos y seguimos al Señor, como
lo hicieron los primeros discípulos de Jesús, pero no siempre logramos entender
a cabalidad su mensaje y nos dejamos llevar por intereses personales o
ambiciones dentro de la Iglesia. Se nos olvida que al aceptar al Señor, tenemos
que entregarnos con confianza y de manera plena a Él, que no podemos pensar en
obtener la gloria sin haber aceptado la cruz.
La respuesta que les da Jesús pone precisamente el acento en
este aspecto: para participar de su Reino, lo que importa es aceptar beber de
su misma «copa» (cf. Mt 20,22), es decir, estar dispuestos a entregar nuestra
vida por amor a Dios y dedicarnos al servicio de nuestros hermanos, con la
misma actitud de misericordia que tuvo Jesús. El Papa Francisco, en su primera
homilía, recalcaba que para seguir a Jesús hay que caminar con la cruz, pues
«cuando caminamos sin la cruz, cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos
discípulos del Señor».
Seguir a Jesús exige, por consiguiente, gran humildad de nuestra
parte. A partir del bautismo hemos sido llamados a ser testigos suyos para
transformar el mundo. Pero esta transformación sólo la lograremos si somos
capaces de ser servidores de los demás, con un espíritu de gran generosidad y
entrega, pero siempre llenos de gozo por estar siguiendo y haciendo presente al
Señor.
«No sabéis lo que pedís.
(…) sentarse a mi derecha o a mi
izquierda (…)
es para quienes está preparado por mi Padre»
+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret
(Vic, Barcelona, España)
Hoy, en el fragmento del Evangelio de San Mateo encontramos
múltiples enseñanzas. Me limitaré a subrayar una, la que se refiere al absoluto
dominio de Dios sobre la historia: tanto la de todos los hombres en su conjunto
(la humanidad), como la de todos y cada uno de los grupos humanos (en nuestro
caso, por ejemplo, el grupo familiar de los Zebedeos), como la de cada persona
individual. Por esto, Jesús les dice claramente: «No sabéis lo que pedís» (Mt
20,22).
Se sentarán a la derecha de Jesucristo aquellos para quienes su
Padre lo haya destinado: «Sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía
el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre» (Mt
20,23). Así de claro, tal como suena. Precisamente decimos en español: «No se
mueve la hoja en el árbol sin la voluntad del Señor». Y así es porque Dios es
Dios. Digámoslo también a la inversa: si no fuera así, Dios no sería Dios.
Ante este hecho, que se sobrepone ineludiblemente a todo
condicionamiento humano, a los hombres sólo nos queda, en un principio, la
aceptación y la adoración (porque Dios se nos ha revelado como el Absoluto); la
confianza y el amor mientras caminamos (porque Dios se nos ha revelado, a la
vez, como Padre); y al final... al final, lo más grande y definitivo: sentarnos
junto a Jesús (a su derecha o a su izquierda, cuestión secundaria en último
término).
El enigma de la elección y la predestinación divinas sólo se
resuelve, por nuestra parte, con la confianza. Vale más un miligramo de
confianza depositada en el corazón de Dios que todo el peso del universo
presionando sobre nuestro pobre platillo de la balanza. De hecho, «Santiago
vivió poco tiempo, pues ya en un principio le movía un gran ardor: despreció
todas las cosas humanas y ascendió a una cima tan inefable que murió
inmediatamente» (San Juan Crisóstomo).
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