Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Domingo XIV (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 10,1-12.17-20):
En aquel tiempo, designó
el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos
los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él. Y les decía: «La mies es abundante
y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su
mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No
llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie
por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y
si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a
vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el
obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.
»Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os
pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: ‘Está cerca de vosotros el
Reino de Dios’. Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y
decid: ‘Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos
lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el Reino de
Dios’. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese
pueblo».
Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: «Señor,
hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les contestó: «Veía a
Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear
serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño
alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus;
estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».
Comentario de
Dr. Josef ARQUER
(Berlin, Alemania)
«¡Poneos en camino!»
Hoy, nos fijamos en algunos que, entre la multitud, han
procurado acercarse a Jesucristo, que está hablando mientras contempla los
campos rebosantes de espigas: «La mies es mucha, pero los obreros pocos: rogad,
pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2). De repente,
fija su mirada en ellos y va señalando a unos cuantos, uno a uno: tú, y tú, y
tú. Hasta setenta y dos...
Asombrados, le oyen decir que vayan, de dos en dos, a todos los
pueblos y lugares adonde Él irá. Quizá alguno habrá respondido: —Pero, Señor,
¡si yo sólo he venido para oírte, porque es tan bello lo que dices!
El Señor les pone en guardia contra los peligros que les
acecharán. «¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de
lobos». Y utilizando imágenes de costumbre en las parábolas, añade: «No llevéis
talega, ni alforja, ni sandalias» (Lc 10,3-4). Interpretando el lenguaje
expresivo de Jesús: —Dejad de lado medios humanos. Yo os envío y esto basta.
Aun sintiéndoos lejos, seguís cerca, yo os acompaño.
A diferencia de los Doce, llamados por el Señor para que
permanezcan junto a Él, los setenta y dos regresarán luego a sus familias y a
su trabajo. Y vivirán allí lo que habían descubierto junto a Jesús: dar
testimonio, cada uno en su sitio, simplemente ayudando a quienes nos rodean a
que se acerquen a Jesucristo.
La aventura acaba bien: «Los setenta y dos volvieron muy
contentos» (Lc 10,17). Sentados en torno a Jesucristo, le debieron contar las
experiencias de aquel par de días en que descubrieron la belleza de ser
testigos.
Al considerar hoy aquel lejano episodio, vemos que no es puro
recuerdo histórico. Nos damos por aludidos: podemos sentirnos junto al Cristo
presente en la Iglesia y adorarle en la Eucaristía. Y el Papa Francisco nos
anima a «llevar a Jesucristo al hombre, y conducirlo al encuentro con
Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y
contemporáneo en cada hombre».
Comentario del
Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu
(Rubí, Barcelona, España)
«Os envío»
Hoy, la Iglesia contempla como, además de los Doce, había
numerosos discípulos que seguían al Señor y habían sido llamados por Él. De
entre todos aquellos discípulos, Jesucristo elige setenta y dos para una misión
concreta. Les exige —lo mismo que a los Apóstoles— total desprendimiento y
abandono completo en la Providencia divina.
El Concilio Vaticano II, en el Decreto Apostolicam actuositatem,
nos recuerda que desde el Bautismo cada cristiano es llamado por Cristo a
cumplir una misión. La Iglesia, en nombre del Señor, «ruega encarecidamente a
todos los laicos que respondan gustosamente, con generosidad y prontitud de
ánimo, a la voz de Cristo que en esta hora los invita con mayor insistencia, y
a los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que esa llamada va
dirigida a ellos de modo particular; recíbanla con entusiasmo y magnanimidad.
Es el propio Señor el que invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este
santo Concilio, a que se le unan cada día más íntimamente y a que, sintiendo
como propias sus cosas, se asocien a su misión salvadora; de nuevo los envía a
todas las ciudades y lugares a donde Él ha de ir, para que, con las diversas
formas y maneras del único apostolado de la Iglesia que deberán adaptar
constantemente a las nuevas necesidades de los tiempos, se le ofrezcan como
cooperadores, abundando sinceramente en la obra del Señor y sabiendo que su
trabajo no es inútil delante de Él» (n.33).
Cristo quiere inculcar a sus discípulos la audacia apostólica;
por eso dice «os envío». Y san Juan Crisóstomo comenta: «Esto basta para daros
ánimo, esto basta para que tengáis confianza y no temáis a los que os atacan».
La audacia de los Apóstoles y de los discípulos venía de esta segura confianza
de haber sido enviados por el mismo Dios. Actuaban, como explicó con firmeza el
mismo Pedro al Sanedrín, en nombre de Jesucristo Nazareno, «pues no hay ningún
otro nombre bajo el cielo dado a los hombres por el que hayamos de ser
salvados» (Hch 4,12).
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