miércoles, 13 de enero de 2016

FILIACIÓN DIVINA La conversión de los hijos de Dios

Blog Católico de Javier Olivares-Baiona


FILIACIÓN DIVINA (CARVAJAL-BETETA)

CAPITULO XV. La conversión de los hijos de Dios

1.-   El clima de nuestra debilidad

       «Ese desaliento, ¿por qué? ¿Por tus miserias? ¿Por tus derrotas, a veces continuas? ¿Por un bache grande, grande, que no esperabas?

       »Sé sencillo. Abre el corazón. Mira que todavía nada se ha perdido. Aún puedes seguir adelante, y con más amor, con más cariño, con más fortaleza.

       »Refúgiate en la filiación divina: Dios es tu Padre amantísimo. Ésta es tu seguridad, el fondeadero donde echar el ancla, pase lo que pase en la superficie de este mar de la vida. Y encontrarás alegría, reciedumbre, optimismo, ¡victoria!»519. Si el sentirnos hijos de Dios es nuestro principal apoyo en cualquier situación, lo será de una manera particular cuando experimentemos con más fuerza nuestra debilidad.

       El camino de la vida es un sendero en subida constante hacia Dios, y termina en el Cielo. Todo comenzó con la efusión de la gracia, que borró el pecado original y nos hizo hijos de Dios. Pero permaneció la tendencia al pecado, por la oscuridad del entendimiento y la debilidad de la voluntad que provocó. «Arrastramos en nosotros mismos -consecuencia de la naturaleza caída- un principio de oposición, de resistencia a la gracia: son las heridas del pecado de origen, enconadas por nuestros pecados personales. Por tanto, hemos de emprender esas ascensiones, esas tareas divinas y humanas -las de cada día-, que siempre desembocan en el Amor de Dios, con humildad, con corazón contrito, fiados en la asistencia divina, y dedicando nuestros mejores esfuerzos como si todo dependiera de uno mismo.

       »Mientras peleamos -una pelea que durará hasta la muerte-, no excluyas la posibilidad de que se alcen, violentos, los enemigos de fuera y de dentro. Y por si fuera poco ese lastre, en ocasiones se agolparán en tu mente los errores cometidos, quizá abundantes. Te lo digo en nombre de Dios: no desesperes. Cuando eso suceda -que no debe forzosamente suceder; ni será lo habitual-, convierte esa ocasión en un motivo de unirte más con el Señor; porque Él, que te ha escogido como hijo, no te abandonará. Permite la prueba, para que ames más y descubras con más claridad su continua protección, su Amor» 520.

       Estamos constantemente hostigados por el padre de la mentira, el diablo: si hacemos algo mal sugiere que no tiene remedio, y si actuamos bien susurra que ya estamos cerca de ser santos. Por eso, si, por la misericordia de Dios, vamos subiendo hacia Él, nos engañaremos si suponemos «que el ansia de buscar a Cristo, la realidad de su encuentro y de su trato, y la dulzura de su amor nos transforman en personas impecables» 521. 

Los habituales errores, el incumplimiento de los propósitos sinceramente hechos, las flaquezas, no han de comportarnos extrañeza. «Advertir en el cuerpo y en el alma el aguijón de la soberbia, de la sensualidad, de la envidia, de la pereza, del deseo de sojuzgar a los demás, no debería suponer un descubrimiento. Es un mal antiguo, sistemáticamente confirmado por nuestra personal experiencia; es el punto de partida y el ambiente habitual para ganar en nuestra carrera hacia la casa del Padre, en este íntimo deporte» 522.

       Así pues, ni somos impecables ni podemos descubrir -¡de pronto!- que somos pecadores. En ese ambiente nuestro de debilidad, Dios Padre se encuentra como el médico entre los enfermos que le necesitan, que además son sus hijos. La misericordia de Dios halla, en ese clima de flaqueza, el lugar adecuado para mostrar su eficacia, aplicándonos el remedio para que volvamos de nuevo al Padre. Ahí se manifiesta el poder de Dios, «y nos impulsa a luchar, a combatir contra nuestros defectos, aun sabiendo que no obtendremos jamás del todo la victoria durante el caminar terreno. La vida cristiana es un constante comenzar y recomenzar, un renovarse cada día» 523.

Tener presente esta realidad es esencial para no perder la esperanza.
       Es necesario luchar siempre, permanecer en una situación de conversión constante, es decir, en una atmósfera interior de arrepentimiento humilde que no cercena nuestra personalidad, sino que la consolida. Es necesario subir siempre hacia la cumbre, Cristo, convirtiendo las derrotas en victorias mediante la contrición.

FILIACIÓN DIVINA (CARVAJAL-BETETA)

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