Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Viernes IV del tiempo ordinario
Santoral
5 de febrero: Santa Águeda, virgen y mártir
Texto
del Evangelio (Mc 6,14-29): En aquel tiempo, se había hecho notorio el nombre
de Jesús y llegó esto a noticia del rey Herodes. Algunos decían: «Juan el
Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas
milagrosas». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás
profetas». Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha
resucitado». Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le
había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano
Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te
está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería
matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre
justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba
con gusto.
Y
llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus
magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la
misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey,
entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró:
«Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y
preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?». Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el
Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió:
«Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y
de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de
traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza
en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre.
Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron
sepultura.
Comentario:
Rev. D. Ferran BLASI i Birbe
(Barcelona, España)
«Se
había hecho notorio el nombre de Jesús
y llegó esto a noticia del rey Herodes»
Hoy,
en este pasaje de Marcos, se nos habla de la fama de Jesús —conocido por sus
milagros y enseñanzas—. Era tal esta fama que para algunos se trataba del
pariente y precursor de Jesús, Juan el Bautista, que habría resucitado de entre
los muertos. Y así lo quería imaginar Herodes, el que le había hecho matar.
Pero este Jesús era mucho más que los otros hombres de Dios: más que aquel
Juan; más que cualquiera de los profetas que hablaban en nombre del Altísimo:
Él era el Hijo de Dios hecho Hombre, Perfecto Dios y perfecto Hombre. Este
Jesús —presente entre nosotros—, como hombre, nos puede comprender y, como
Dios, nos puede conceder todo lo que necesitamos.
Juan,
el precursor, que había sido enviado por Dios antes que Jesús, con su martirio
le precede también en su pasión y muerte. Ha sido también una muerte
injustamente infligida a un hombre santo, por parte del tetrarca Herodes,
seguramente a contrapelo, porque éste le tenía aprecio y le escuchaba con
respeto. Pero, en fin, Juan era claro y firme con el rey cuando le reprochaba
su conducta merecedora de censura, ya que no le era lícito haber tomado a
Herodías como esposa, la mujer de su hermano.
Herodes
había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada
por su madre, cuando, en un banquete —después de la danza que había complacido
al rey— ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera.
«¿Qué voy a pedir?», pregunta a la madre, que le responde: «La cabeza de Juan
el Bautista» (Mc 6,24). Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un
juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la
justicia y contra la conciencia.
Una
vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras,
y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que
cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros.
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