Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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«Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador»
Día litúrgico: Domingo V (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 5,1-11): En una ocasión, Jesús estaba a
la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre Él para oír la
Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los
pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las
barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y,
sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar,
dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le
respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado
nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran
cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a
los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues,
y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.
Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo:
«Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había
apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían
pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros
de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de
hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Rev. D. Blas RUIZ i López
(Ascó, Tarragona, España)
«En tu palabra, echaré las redes»
Hoy, el Evangelio nos ofrece el diálogo, sencillo y profundo a
la vez, entre Jesús y Simón Pedro, diálogo que podríamos hacer nuestro: en
medio de las aguas tempestuosas de este mundo, nos esforzamos por nadar contra
corriente, buscando la buena pesca de un anuncio del Evangelio que obtenga una
respuesta fructuosa...
Y es entonces cuando nos cae encima, indefectiblemente, la dura
realidad; nuestras fuerzas no son suficientes. Necesitamos alguna cosa más: la
confianza en la Palabra de aquel que nos ha prometido que nunca nos dejará
solos. «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada;
pero, en tu palabra, echaré las redes» (Lc 5,5). Esta respuesta de Pedro la
podemos entender en relación con las palabras de María en las bodas de Caná:
«Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Y es en el cumplimiento confiado de la
voluntad del Señor cuando nuestro trabajo resulta provechoso.
Y todo, a pesar de nuestra limitación de pecadores: «Aléjate de
mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8). San Ireneo de Lyón descubre un
aspecto pedagógico en el pecado: quien es consciente de su naturaleza pecadora
es capaz de reconocer su condición de criatura, y este reconocimiento nos pone
ante la evidencia de un Creador que nos supera.
Solamente quien, como Pedro, ha sabido aceptar su limitación,
está en condiciones de aceptar que los frutos de su trabajo apostólico no son
suyos, sino de Aquel de quien se ha servido como de un instrumento. El Señor
llama a los Apóstoles a ser pescadores de hombres, pero el verdadero pescador
es Él: el buen discípulo no es más que la red que recoge la pesca, y esta red
solamente es efectiva si actúa como lo hicieron los Apóstoles: dejándolo todo y
siguiendo al Señor (cf. Lc 5,11).
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