Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Miércoles I de Cuaresma
Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas,
Texto del Evangelio (Lc 11,29-32): En aquel tiempo, habiéndose
reunido la gente, Jesús comenzó a decir: «Esta generación es una generación
malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás.
Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del
hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio
con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los
confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que
Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la
condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí
hay algo más que Jonás».
«Así como Jonás fue señal para los ninivitas,
«Así como Jonás fue señal para los ninivitas,
así lo será el
Hijo del hombre para esta generación»
Fr. Roger J. LANDRY
(Hyannis, Massachusetts, Estados Unidos)
Hoy, Jesús nos dice que la señal que dará a la “generación
malvada” será Él mismo, como la “señal de Jonás” (cf. Lc 11,30). De la misma
manera que Jonás dejó que lo arrojaran por la borda para calmar la tempestad
que amenazaba con hundirlos —y, así, salvar la vida de la tripulación—, de
igual modo permitió Jesús que le arrojasen por la borda para calmar las
tempestades del pecado que hacen peligrar nuestras vidas. Y, de igual forma que
Jonás pasó tres días en el vientre de la ballena antes de que ésta lo vomitara
sano y salvo a tierra, así Jesús pasaría tres días en el seno de la tierra
antes de abandonar la tumba (cf. Mt 12,40).
La señal que Jesús dará a los “malvados” de cada generación es
su muerte y resurrección. Su muerte, aceptada libremente, es la señal del increíble
amor de Dios por nosotros: Jesús dio su vida para salvar la nuestra. Y su
resurrección de entre los muertos es la señal de su divino poder. Se trata de
la señal más poderosa y conmovedora jamás dada.
Pero, además, Jesús es también la señal de Jonás en otro
sentido. Jonás fue un icono y un medio de conversión. Cuando en su predicación
«dentro de cuarenta días Nínive será destruida» (Jon 3,4) advierte a los
ninivitas paganos, éstos se convierten, pues todos ellos —desde el rey hasta
niños y animales— se cubren con arpillera y cenizas. Durante estos cuarenta
días de Cuaresma, tenemos a alguien “mucho más grande que Jonás” (cf. Lc 11,32)
predicando la conversión a todos nosotros: el propio Jesús. Por tanto, nuestra
conversión debiera ser igualmente exhaustiva.
«Pues Jonás era un sirviente», escribe san Juan Crisóstomo en la
persona de Jesucristo, «pero yo soy el Maestro; y él fue arrojado por la
ballena, pero yo resucité de entre los muertos; y él proclamaba la destrucción,
pero yo he venido a predicar la Buena Nueva y el Reino».
La semana pasada, el Miércoles de Ceniza, nos cubrimos con
ceniza, y cada uno escuchó las palabras de la primera homilía de Jesucristo,
«Arrepiéntete y cree en el Evangelio» (cf. Mc 1,15). La pregunta que debemos
hacernos es: —¿Hemos respondido ya con una profunda conversión como la de los
ninivitas y abrazado aquel Evangelio?
«Aquí hay algo más que Salomón (...);
y aquí hay algo más que
Jonás»
Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos invita a centrar nuestra esperanza en
Jesús mismo. Justamente, Juan Pablo II ha escrito que «no será una fórmula lo
que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ‘¡Yo
estoy con vosotros!’».
Dios —que es Padre— no nos ha abandonado: «El cristianismo es
gracia, es la sorpresa de un Dios que, satisfecho no sólo con la creación del
mundo y del hombre, se ha puesto al lado de su criatura» (Juan Pablo II).
Nos encontramos empezando la Cuaresma: no dejemos pasar de largo
la oportunidad que nos brinda la Iglesia: «Éste es el tiempo favorable, éste es
el día de la salvación» (2Cor 6,2). Después de contemplar en la Pasión el
rostro sufriente de Nuestro Señor Jesucristo, ¿todavía pediremos más señales de
su amor? «A aquel que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que
nos hiciéramos justicia de Dios en Él» (2Cor 5,21). Más aún: «El que ni a su
propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará
con Él todas las cosas?» (Rom 8,32). ¿Todavía pretendemos más señales?
En el rostro ensangrentado de Cristo «hay algo más que Salomón
(...); aquí hay algo más que Jonás» (Lc 11,31-32). Este rostro sufriente de la
hora extrema, de la hora de la Cruz es «misterio en el misterio, ante el cual
el ser humano ha de postrarse en adoración». En efecto, «para devolver al
hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre,
sino cargarse incluso del “rostro” del pecado» (Juan Pablo II). ¿Queremos más
señales?
«¡Aquí tenéis al hombre!» (Jn 19,5): he aquí la gran señal.
Contemplémoslo desde el silencio del “desierto” de la oración: «Lo que todo
cristiano ha de hacer en cualquier tiempo [rezar], ahora ha de ejecutarlo con
más solicitud y con más devoción: así cumpliremos la institución apostólica de
los cuarenta días» (San León Magno, papa).
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