Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Martes II de Cuaresma
Santoral
23 de Febrero: San Policarpo, obispo y mártir
Texto
del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a
sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas
y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis
su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las
espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus
obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las
filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los
banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las
plazas y que la gente les llame "Rabbí".
»Vosotros,
en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro
Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie "Padre"
vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni
tampoco os dejéis llamar "Doctores", porque uno solo es vuestro
Doctor: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se
ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».
«Uno
solo es vuestro Maestro; (...) uno solo es vuestro Padre; (...) uno solo es
vuestro Doctor»
Pbro.
Gerardo GÓMEZ
(Merlo,
Buenos Aires, Argentina)
Hoy,
con mayor razón, debemos trabajar por nuestra salvación personal y comunitaria,
como dice san Pablo, con respeto y seriedad, pues «ahora es el día de la
salvación» (2Cor 6,2). El tiempo cuaresmal es una oportunidad sagrada dada por
nuestro Padre para que, en una actitud de profunda conversión, revitalicemos
nuestros valores personales, reconozcamos nuestros errores y nos arrepintamos
de nuestros pecados, de modo que nuestra vida se vaya transformando —por la
acción del Espíritu Santo— en una vida más plena y madura.
Para
adecuar nuestra conducta a la del Señor Jesús es fundamental un gesto de
humildad, como dice el Papa Benedicto: «Que [yo] me reconozca como lo que soy,
una creatura frágil, hecha de tierra, destinada a la tierra, pero además hecha
a imagen de Dios y destinada a Él».
En
la época de Jesús había muchos "modelos" que oraban y actuaban para
ser vistos, para ser reverenciados: pura fantasía, personajes de cartón, que no
podían estimular el crecimiento y la madurez de sus vecinos. Sus actitudes y
conductas no mostraban el camino que conduce a Dios: «No imitéis su conducta,
porque dicen y no hacen» (Mt 23,3).
La
sociedad actual también nos presenta una infinidad de modelos de conducta que
abocan a una existencia vertiginosa, alocada, debilitando el sentido de
trascendencia. No dejemos que esos falsos referentes nos hagan perder de vista
al verdadero maestro: «Uno solo es vuestro Maestro; (…) uno solo es vuestro
Padre; (…) uno solo es vuestro Doctor: Cristo» (Mt 23,8.9.10).
Aprovechemos
la cuaresma para fortalecer nuestras convicciones como discípulos de
Jesucristo. Tratemos de tener momentos sagrados de "desierto" donde
nos reencontremos con nosotros mismos y con el verdadero modelo y maestro. Y
frente a las situaciones concretas en las que muchas veces no sabemos cómo
reaccionar podríamos preguntarnos: ¿qué diría Jesús?, ¿cómo actuaría Jesús?
«No
imitéis su conducta, porque dicen y no hacen»
Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench
(Sant
Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy,
Jesús nos llama a dar testimonio de vida cristiana mediante el ejemplo, la
coherencia de vida y la rectitud de intención. El Señor, refiriéndose a los
maestros de la Ley y a los fariseos, nos dice: «No imitéis su conducta, porque
dicen y no hacen» (Mt 23,3). ¡Es una acusación terrible!
Todos
tenemos experiencia del mal y del escándalo —desorientación de las almas— que
causa el “antitestimonio”, es decir, el mal ejemplo. A la vez, todos también
recordamos el bien que nos han hecho los buenos ejemplos que hemos visto a lo
largo de nuestras vidas. No olvidemos el dicho popular que afirma que «más vale
una imagen que mil palabras». En definitiva, «hoy más que nunca, la Iglesia es
consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las
obras, antes que por su coherencia y lógica interna» (Juan Pablo II).
Y
una modalidad de mal ejemplo especialmente perniciosa para la evangelización es
la falta de coherencia de vida. Un apóstol del tercer milenio, que se encuentra
llamado a la santidad en medio de la gestión de los asuntos temporales, ha de
tener presente que «sólo la relación entre una verdad consecuente consigo misma
y su cumplimiento en la vida puede hacer brillar aquella evidencia de la fe
esperada por el corazón humano; solamente a través de esta puerta [de la
coherencia] entrará el Espíritu en el mundo» (Benedicto XVI).
Finalmente,
Jesús se lamenta de quienes «todas sus obras las hacen para ser vistos por los
hombres» (Mt 23,5). La autenticidad de nuestra vida de apóstoles de Cristo
reclama la rectitud de intención. Hemos de actuar, sobre todo, por amor a Dios,
para la gloria del Padre. Tal como lo podemos leer en el Catecismo de la
Iglesia, «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir
y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». He aquí nuestra grandeza:
¡servir a Dios como hijos suyos!
«No
imitéis su conducta, porque dicen y no hacen»
Hoy,
Jesús nos llama a dar testimonio de vida cristiana mediante el ejemplo, la
coherencia de vida y la rectitud de intención. El Señor, refiriéndose a los
maestros de la Ley y a los fariseos, nos dice: «No imitéis su conducta, porque
dicen y no hacen» (Mt 23,3). ¡Es una acusación terrible!
Todos
tenemos experiencia del mal y del escándalo —desorientación de las almas— que
causa el “antitestimonio”, es decir, el mal ejemplo. A la vez, todos también
recordamos el bien que nos han hecho los buenos ejemplos que hemos visto a lo
largo de nuestras vidas. No olvidemos el dicho popular que afirma que «más vale
una imagen que mil palabras». En definitiva, «hoy más que nunca, la Iglesia es
consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las
obras, antes que por su coherencia y lógica interna» (Juan Pablo II).
Y
una modalidad de mal ejemplo especialmente perniciosa para la evangelización es
la falta de coherencia de vida. Un apóstol del tercer milenio, que se encuentra
llamado a la santidad en medio de la gestión de los asuntos temporales, ha de
tener presente que «sólo la relación entre una verdad consecuente consigo misma
y su cumplimiento en la vida puede hacer brillar aquella evidencia de la fe
esperada por el corazón humano; solamente a través de esta puerta [de la
coherencia] entrará el Espíritu en el mundo» (Benedicto XVI).
Finalmente,
Jesús se lamenta de quienes «todas sus obras las hacen para ser vistos por los
hombres» (Mt 23,5). La autenticidad de nuestra vida de apóstoles de Cristo
reclama la rectitud de intención. Hemos de actuar, sobre todo, por amor a Dios,
para la gloria del Padre. Tal como lo podemos leer en el Catecismo de la
Iglesia, «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir
y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». He aquí nuestra grandeza: ¡servir
a Dios como hijos suyos.
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