Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Estos son
las 30 principales ideas que ofrece el Santo Padre en la
Evangelii
Gaudium:
1. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de
consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón
cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la
conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios
intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no
se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no
palpita el entusiasmo por hacer el bien.
2. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin
Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas
las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se
transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la
certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.
3. Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis
años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse.
4. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le
permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar
nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción
evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le
devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo
a otros?
5. Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra
definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y
al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales
en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus
territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una
saludable «descentralización».
6. La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida
cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si
es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en
el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas
escuchan su voz.
7. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para
que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura
eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo
actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige
la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que
todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus
instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales
en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos
aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad..
8. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo
pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma,
estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi
ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a
las necesidades actuales de la evangelización.
9. En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a
reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio,
algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son
interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido
adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en
orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas. Del
mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido
muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como
cauces de vida.
10. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser
una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que
nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes
límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente
correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades.
11. La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir
hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia
el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso,
dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las
urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es
como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para
que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.
12. Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos,
sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el
Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los
amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que
suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen con qué
recompensarte» (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que
debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los
destinatarios privilegiados del Evangelio», y la evangelización dirigida
gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que
decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los
pobres. Nunca los dejemos solos.
13. Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a
la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la
comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia
preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de
obsesiones y procedimientos.
14. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar
el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía
de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que
no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo
sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede
tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es
inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley
del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil.
15. Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se
reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los
distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la
violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de
oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un
caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la
sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí
misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia
que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad.
16. El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que
debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y
que desnaturaliza los vínculos familiares. La acción pastoral debe mostrar
mejor todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión
que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales. Mientras en el
mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras
y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra propuesta de
reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de
estrechar lazos y de ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas» (Ga 6,2).
17. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de
la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan
la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en
precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas
adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la
educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o
tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas
otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado
el Dios hecho hombre.
18. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten
una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia, y un cierto
desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales
desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a
relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se
produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son
y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión evangelizadora,
y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una
especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás.
19. Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la
conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y
desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha
si de antemano no confía plenamente en el triunfo.
20. El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza
permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone
el mundo actual.
21. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder
adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla
en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el
otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane,
los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los
convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán
engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios.
22. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de
religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de
la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el
Señor reprochaba a los fariseos: «¿Cómo es posible que creáis, vosotros que
os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene
de Dios?» (Jn 5,44).
23. Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente
opuestas pero con la misma pretensión de «dominar el espacio de la Iglesia».
En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del
prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una
real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la
historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en
una posesión de pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde
detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o
en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso
por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial. También
puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida
social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega
en un funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y
evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la
Iglesia como organización.
24. La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad,
con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen
ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial
atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular,
aunque no exclusivo, en la maternidad. Reconozco con gusto cómo muchas
mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes,
contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan
nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario
ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la
Iglesia
25. Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir
de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad,
plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden
eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como
signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que
no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente
conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder.
26. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta
de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin
preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin
opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién
pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de
Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo.
Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un
profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo
mejor detrás de nuestro paso por la tierra.
27. Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes
que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera
misericordia». Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe
de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos sentimientos de
Jesucristo» (Flp 2,5).
28. Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas
formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios
preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde
está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en
el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas
para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha
sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad.
¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen
mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la
complicidad cómoda y muda.
29. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con
predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e
inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana
en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y
promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente,
para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se
procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y
conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente
ligada a la defensa de cualquier derecho humano. (…) Precisamente porque es
una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el
valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su
postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto.
Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones».
30. A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente
distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria
humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos
a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten
mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos
de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y
conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se
nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo,
la experiencia de pertenecer a un pueblo.
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