Blog Católico de Javier Olivares-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Miércoles V de Cuaresma
«Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí»
Texto
del Evangelio (Jn 8,31-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían
creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le
respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido
esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En
verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el
esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para
siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé
que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no
prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis
lo que habéis oído donde vuestro padre».
Ellos
le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de
Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he
dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las
obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la
prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios
fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no
he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».
Pe.
Givanildo dos SANTOS Ferreira
(Brasilia,
Brasil)
«Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí»
Hoy,
el Señor dirige duras palabras a los judíos. No a cualquier judío, sino,
precisamente, a aquellos que abrazaron la fe: Jesús dijo «a los judíos que
habían creído en Él» (Jn 8,31). Sin duda, este diálogo de Jesús refleja el
inicio de aquellas dificultades causadas por los cristianos judaizantes en la
primera hora de la Iglesia.
Como
eran descendientes de Abraham según la consanguineidad, esos tales discípulos
de Jesús se consideraban superiores no solamente de los gentíos que vivían
lejos de la fe, sino también superiores a cualquier discípulo no judío
partícipe de la misma fe. Ellos decían: «Nosotros somos descendencia de
Abraham» (Jn 8,33); «nuestro padre es Abraham» (v. 39); «solo tenemos un padre,
Dios» (v. 41). A pesar de ser discípulos de Jesús, tenemos la impresión de que
Jesús nada representaba para ellos, nada acrecentaba al que ya poseían. Pero es
ahí donde se encuentra el gran error de todos ellos: los verdaderos hijos no
son los descendientes según la consanguineidad, sino los herederos de la
promesa, o sea, aquellos que creen (cf. Rom 9,6-8). Sin la fe en Jesús no es
posible que alguien alcance la promesa de Abraham. Por tanto, entre los
discípulos «no hay judíos o griego; no hay esclavo o libre; no hay hombre o
mujer», porque todos son hermanos por el bautismo (cf. Gal 3,27-28).
No
nos dejemos seducir por orgullo espiritual. Los judaizantes se consideraban
superiores a los otros cristianos. No es necesario hablar, aquí, de los
hermanos separados. Pero pensemos en nosotros mismos. ¡Cuántas veces algunos
católicos se consideran mejores que los otros católicos porque siguen este o
aquel movimiento, porque observan esta o aquella disciplina, porque obedecen a
este o a aquel uso litúrgico! Unos, porque son ricos; otros, porque estudiaron
más. Unos, porque ocupan cargos importantes; otros, porque vienen de familias
nobles... «Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser
cristiano… Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, también y sobre todo en
los momentos difíciles» (Benedicto XVI).
Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu
(Rubí,
Barcelona, España)
«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»
Hoy,
cuando ya quedan pocos días para entrar en la Semana Santa, el Señor nos pide
que luchemos para vivir unas cosas muy concretas, pequeñas, pero, a veces, no
fáciles. A lo largo de la reflexión las iremos explicando: básicamente, se
trata de perseverar en su palabra. ¡Qué importante es referir nuestra vida
siempre al Evangelio! Preguntémonos: ¿qué haría Jesús en esta situación que
debo afrontar? ¿Cómo trataría a esta persona que me cuesta especialmente? ¿Cuál
sería su reacción ante esta circunstancia? El cristiano debe ser —según san
Pablo— “otro Cristo”: «Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí»
(Gal 2,20). El reflejo del Señor en nuestra vida de cada día, ¿Cómo es? ¿Soy su
espejo?
El
Señor nos asegura que, si perseveramos en su palabra, conoceremos la verdad, y
la verdad nos hará libres (cf. Jn 8,32). Decir la verdad no siempre es fácil.
¿Cuántas veces se nos escapan pequeñas mentiras, disimulamos, nos “hacemos los
sordos”? A Dios no le podemos engañar. Él nos ve, nos contempla, nos ama y nos
sigue en el día a día. El octavo mandamiento nos enseña que no podemos hacer
falsos testimonios, ni decir mentiras, por pequeñas que sean, o aunque puedan
parecernos insignificantes. Tampoco caben las mentiras “piadosas”. «Sea, pues,
vuestra palabra: ‘Sí, sí’, ‘No, no’» (Mt 5,37), nos dice Jesucristo en otro
momento. La libertad, esta tendencia al bien, está muy relacionada con la
verdad. A veces, no somos suficientemente libres porque en nuestra vida hay
como un doble fondo, no somos claros. Hemos de ser contundentes. El pecado de
la mentira nos esclaviza.
«Si
Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí» (Jn 8,42), dice el Señor. ¿Cómo se
concreta nuestro afán diario por conocer al Maestro? ¿Con qué devoción leemos
el Evangelio, por poco que sea el tiempo de que dispongamos? ¿Qué poso deja en
mi vida, en mi día? ¿Se podría decir, viéndome, que leo la vida de Cristo?
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