miércoles, 15 de enero de 2014

Las manos del abuelo


Blog Católico de Javier Olivares-Baiona


¡Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera!

El abuelo, con noventa y tantos años, sentado débilmente en la banca del patio. No se movía, solo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos. Cuando me senté a su lado no se dio por enterado y cuanto más tiempo pasaba, más me preguntaba si estaría bien. Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que estuviese bien, le pregunté cómo se sentía.


Levantó su cabeza, me miró y sonrió. "Sí, estoy bien, gracias por preguntar", dijo en una fuerte y clara voz.

"No quise molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien", le expliqué.


"¿Te has mirado alguna vez tus manos?" preguntó. "Quiero decir, ¿realmente nada más que mirarte las manos?"

Lentamente abrí mis manos y me quedé contemplándolas. Las volví, palmas hacia arriba y luego hacia abajo. No, creo que realmente nunca las había observado, le dije mientras intentaba averiguar qué quería decirme. El abuelo sonrió y me contó esta historia:


"Detente y piensa por un momento acerca de tus manos, cómo te han servido bien a través de los años. Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida.


Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo. Cuando niño, mi madre me enseñó a juntarlas en oración. Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas. Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas. Se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo.


Decoradas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a alguien muy en especial. Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y esposa y...


cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda. Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y limpiado el resto de mi cuerpo. Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas. Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegando para orar.
Estas manos son la marca de donde he estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante aún, es que son ellas


las que Dios tomará en las Suyas cuando me lleve a Casa. Y con mis manos, Él me levantará para estar a Su lado y allí utilizaré estas manos para tocar Su Rostro".

Nunca volveré a mirar mis manos de la misma manera. 


Pero recuerdo que Dios estiró las Suyas y tomó las de mi abuelo y se lo llevó a casa.

Cuando mis manos están heridas o dolidas, pienso en el abuelo. Sé que él ha recibido palmaditas y abrazos de las manos de Dios. Yo también quiero tocar el rostro de Dios y sentir Sus manos en el mío.

Nuestras manos son una genuina bendición… de hecho, basta imaginarnos el vernos privados de ellas o su uso para darnos cuenta de cuán importantes son.


Otra cosa que la historia de hoy me hizo pensar fue lo que hacemos con esas manos en cuanto a nuestras relaciones con los demás: ¿las usaremos para abrazar y expresar cariño y afecto o las esgrimiremos para exhibir ira y rechazo? Ojalá que este pensamiento nos ayude a escoger con sabiduría.

 

Desconozco su autor


LAS MANOS DEL ABUELO (TEXTO LÍRICO)

¡Qué hermosas son tus manos, abuelito!
¡Qué hermosas son tus manos con arrugas!
Son manos  que me cuentan  una historia
De sudores penas  y dulzuras.

Han trabajado mucho y han sufrido.
Saben de  la alegría y de la angustia.
Supieron dar el pan, plantar el  árbol,
Cultivar el rosal, dar la ternura.

Algún día lejano –dulce día -
tendré ,abuelo, las manos  con arrugas,
Y la gente dirá: “¡Qué  hermosas manos!
¡Cómo saben de glorias  y de luchas!”

Y un  nietecito mío, puro, alegre,
De alma empolvada con  blancos de luna,
“Abuelo me  dirá también mis manos
Serán, alguna  vez, como las tuyas…”
                 Gervasio  Melgar

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